Los Hermanos Kaparazón - Equinoccio de Primavera - Final






Carlos Uzcátegui B

Bogotá , 30 de Junio de 2023



LA SENTENCIA

De pie, el honorable juez S.S.  Albrecht Arbuz se dispone a proferir su sentencia inapelable, con la sensatez y el buen juicio que caracterizaba su impecable carrera. 


El juez mira a los acusados y en la más corta y firme sentencia de toda su historia dice:


“Los encuentro culpables, y se condena a los siete hermanos a vivir siete meses seguidos en El Tibet”.  El día del equinoccio de la primavera , deben estar todos presentes en Shambala, la ciudad perdida. 


El caso quedó cerrado, no habrían recursos de apelación posibles. 


El sonido del mazo trituró el ambiente tenso de la sala.


El juez dió un plazo prudencial, para que dejaran sus cosas arregladas y marcharan a pagar su condena de siete meses en el Tibet.


EQUINOCCIO DE PRIMAVERA


Los vidrios del vehículo, cubiertos por la gruesa capa de hielo donde se reflejaba el sol frío y quemante de los amaneceres tardíos del Tibet, no permitía ver la inquieta mañana primaveral.


Los lugareños salían a su breve encuentro con el sol de la mañana del inicio de esa gélida y violeta  primavera tibetana.


Llegaron en el transporte destinado para llevarlos a cumplir su sentencia de paz. Aprovechando los últimos vestigios de señal celular, todos se ocupaban en dejar indicaciones precisas sobre asuntos pendientes por los próximos siete meses.


El frío y la densa neblina no fueron obstáculo para escalar hasta llegar a la ciudad de Lhasa. Allí se encontraba el palacio de Potala, antigua residencia del Dalai Lama, antes de la invasión China.


A medida que avanzaban , los hermanos Kaparazón empezaron a notar como uno de ellos en especial, Fiodor, llamaba la atención de los nativos. 


Los tibetanos empezaron a ver a Fiodor como un ser reencarnado según sus creencias. Se inclinaban al verlo pasar. Muchos de ellos empezaron a murmurar que el nuevo elegido acababa de llegar al Tíbet, era distinto a los otros que llegaban . Lo sentían ungido.


Los hermanos veían con extrañeza esa manifestación de fe, pero su timidez natural les impidió hacer algún tipo de pregunta o comentario.


El guía enviado por el tribunal de paz para verificar que la sentencia se cumpliera tal como lo dispuso el juez, decidió permanecer en Potala, las condiciones para llegar a la ciudad perdida no eran ideales.


Los hermanos Kaparazón fueron recibidos y acomodados en habitaciones diferentes, con la soberbia sencillez que gritaba el palacio de Potala, en cada una de las 960 habitaciones reservadas a monjes y visitantes especiales.


Las 40 restantes habitaciones (son 1.000 en total), eran las que en su momento ocupó el máximo líder ,el Dalai Lama antes de la invasión de China.


A este último sector, de uso exclusivo y divino, fué conducido Fiodor, acompañado de una corte de iluminados que lo veían distinto al resto de los hermanos Kaparazón.


Las reglas eran estrictas, no podían tener contacto con el mundo exterior, nada de celular ni de correos. Sólo podrían hablar con su monje guía y solo para hacer preguntas útiles para su permanencia en el palacio de Potala.


Las vestimentas de todos ellos fueron cambiadas por las de uso común de los tibetanos de gorro amarillo.


Siete meses aquí serían el reto más difícil de todos ellos en sus vidas. Sin música, celular, libros o cualquier otra distracción. Serían ellos mismos sus propios interlocutores, un monólogo realmente retador por la extensión en el tiempo y sobre todo por la naturaleza del encuentro íntimo y personal que se avecinaba.


El silencio a toda hora era espeluznante y sobrecogedor.


Las sobrias, aunque confortables habitaciones, contaban con una pequeña ventana que daba al Himalaya. La vista era la escarpada pared de nieve perenne, que a las dos de la tarde y por una hora se convertía en espejo  del alma. 


La vista era obligatoria e igual para cada uno de ellos en sus respectivas habitaciones. La hora de observación al espejo del alma era condición imperativa en el proceso.


El monje guía les indicó, mientras daba las  instrucciones y horarios, que Fiodor permanecería en el área superior, reservada para las almas elocuentes y compasivas , defensoras de la fe,  llenas de luz y sabiduría. 


Los hermanos no entendieron. 



AMANECER EN EL TIBET


Unos desencuentros terribles amanecían en el corazón de cada uno de los Kaparazón. 


Pensaban que el mundo estaba muy adelantado para someterlos a despertar a las cinco de la mañana, a decorar mandalas con mantequilla de colores. 

 

Cada día, después de levantarse, de hacer dos horas de meditación y posterior a dibujar a la perfección las mandalas del día con mantequilla de colores, llegaba la hora del desayuno: fideos tibetanos con cucharadas de salsa de pimienta, tortas de carne en el lado, y una taza de té dulce. El yogur ha sido esencial en la vida cotidiana del Tíbet durante más de mil años. Buen desayuno, mejor de lo esperado.


Las primeras conversaciones interiores de cada uno traían angustia y desesperación. Sus vidas habían estado colmadas de la presencia de muchas otras vidas a su alrededor. 


Seres distantes a sus afectos, cantaban ,lloraban o se quejaban en su entorno, desde el nacer de la primera sombra del alba.


La soledad nunca fue asociada dilecta de ningún Kaparazón. Eran solos a su antojo y voluntad. Estaban tristes por estar solos o estaban tristes porque sabían quienes no deberían estar a su lado en ese preciso momento.


Eran socialmente hablando,  aparatosos y complejos.


Las conversaciones de los monjes eran escasas , y se referían constantemente a la reencarnación. Concepto distante a las creencias de ellos, sin embargo estaban obligados a escuchar sin discutir: que dura experiencia para quienes alguna vez se sintieron amos de la palabra y dueños de la razón.


Entrar al monasterio tenía una condición ,que de no ser cumplida, duplicaría el tiempo de condena individual a quien la infringiera: todo lo que se decía allí era correcto, había de ser escuchado con la debida sumisión a esas creencias y nada era objeto de posible duda o discusión.


Fue la lección más dura de este intenso e insensato castigo.


Los otrora Dioses del Olimpo como les llamaban jocosamente en la intimidad familiar, se encontraban acatando y escuchando visiones y versiones distantes, a sus obcecadas convicciones.  


Ver a todos los miembros del monasterio que aún sin reír, sentían y transmitían con su paz  plenitud de vida resultaba muy extraño para ellos.


Los días pasaban y los paradigmas iban cambiando en todos los hermanos. Esa oportunidad única de reunirse cada quien consigo mismo, fuera del ruido de la vida, cambió hasta la manera de dormir su ambición y su eterna lucha por calmar el bravío y tormentoso mar de la vida.   


El poder de las simples cosas fue arrollador durante esta experiencia.


EL ULTIMO DÍA


Acontecieron muchas cosas en sus almas, ahora brillantes, acariciadas con sonidos dulces y largos del toque de bongos en su nuevo modo de hablar. Adornados con luces azules y rosas en el aura de todos. 


Estaban satisfechos de ese encuentro interior.  Para el día final, los monjes prepararon la gran reunión de Fiodor y sus hermanos.


Fue la celebración de la vida, del reencuentro sin sombras, de aquel abrazo enterrado en el fondo del mar. 


Una cita con la luz de los muertos presentes, que todos veían y que solo hablaban con Fiodor.


Esa noche entendieron que Fiodor había marchado desde la gripe española y no podía volar sin tener este encuentro pendiente con la historia de los cementerios que con justo afán recorrió, y con los afectos de su vida fraterna.


Después de la cena, con pocas palabras y miradas eternas, Fiodor vestido ahora con su Kasaya amarilla y roja ,en acto sublime e inundado de inmensa sabiduría bendice a sus hermanos en la mesa y les dice : 


Que mis hermanos viajeros hallen la felicidad allá donde vayan. 

Que logren llevar a cabo lo que quieran de aquí hasta el fin de sus días. 

Y que, cuando regresen a salvo a la orilla, puedan reencontrarse con los suyos por siempre.


Fiodor siguió su destino místico en la terraza del palacio de Potala.


Sin abrazos, con nuevos recuerdos de la vida en la que redescubrieron el amor de hermanos, los Kaparazón se despidieron sin decir nada y sintiéndolo todo. 


Se fueron con la paz de las almas que aprenden a respirar.


Nadie en el Tibet supo más de ellos después de esa noche.


Nadie pudo ser testigo sí la orilla del mar fué tan noble y llegó con la prisa esperada, a recoger los caparazones que cubrieron por tanta vida, sus corazones, los que dejaron antes del viaje de regreso al otro lado de la costa infinita.


Aprendieron a amar la paz de la vida y sus colores pasadas las lluvias de Abril. Ya no eran extraños en la noche.


Las siluetas de Grigori, Jilas, Akim, Oleg, Masha y Karlem se fueron desdibujando y fundiendo con la fría y densa neblina tibetana por siempre. 


Fiodor amaba el destino para el cual había sido elegido sin pensarlo.


El recuerdo de todos quedó tallado con la imborrable melodía del oxidado y viejo molino de la casa allá en los montes Urales, que revivió la música de la vida, en las noches serenas y eternas del Tibet .


F I N



Aqui están los episodios anteriores.


Episodio 1

Episodio 2





En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para el tiempo de angustia

Proverbios 17-17



Foto : Pexels Julia Volk


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