Carlos Uzcátegui
Bogotá , 13 de Octubre de 2023
Recuerdo mi soledad con ocho hermanos, contando uno que "vivió" en un botella de formol en el closet de mamá, hasta que murió papá y mamá decidió que se fuera con él.
Recuerdo mi patio:
Recuerdo la almohadita roja que abrazaba en mi soledad tejida con miedos, en el closet del cuarto de la costura, el que usaba mi tía Terita cuando temperaba en la casa.
No había televisión, habían dos radios grandes de madera que tardaban un año bisiesto en prender y un radio pequeño Grundig, amarillo , con un borde quemado por un cigarrillo descuidado de papá al amanecer de sus inquietudes, quizás.
Son dieciocho años de diferencia entre el mayor y yo.
A veces no tenía claro si mi hermano mayor era mi papá o mi hermano. Compartí poco con él en casa, se casó cuando yo tenía seis años.
La vida familiar era competitiva y compleja. Había rivalidades fuertes que se resolvían a golpes en el jardín del mango y el rosal, entre mis hermanos, después del almuerzo, solo por la imparidad o paridad de las albóndigas del día se podía desatar la batalla.
Empecé en la escuela a los siete años porque papá preguntó, un martes a mediodía, si aún “ese muchachito” no había comenzado a estudiar y me llevaron a la escuela sin útiles ni cuadernos.
Viví una larga soledad cuando mamá se fué con mi hermana a Estados Unidos a acompañar a tres de mis hermanos que estudiaban allá. Fue una prueba fuerte, forjadora de momentos que quedaron marcados.
Recuerdo cuando cumplí cinco años, mis tías se ocuparon de hacer una piñata para celebrar la fecha: Nancy, Nena, Terita , Celina y Lilia , gracias por ese día. Aún lo recuerdo, no sabía qué pasaba.
Fué el único cumpleaños que celebré en mi vida hasta después de irme de la casa, cuando me enteré que los cumpleaños se celebraban a todas las edades.
Recuerdo el día que llegó mamá de Logan, me escapé de los brazos de papá para correr a la pista del aeropuerto a recibirla, tenía los pantalones cortos de cuadritos y un chaleco tejido azul sin mangas, quizás mi corazón tampoco tenía mangas por esos días.
Otro día mi segundo hermano, siendo profesor universitario, tuvo un fuerte accidente de tránsito frente al restaurant chino , venía en un Rambler crema, con un Corazón de Jesús pegado sobre el tablero.
Cuando despertó de la intervención le dijo a mamá: Me salvé por el Corazón de Jesús que el carro tenía, fue lo único que pude ver en la colisión. El primer milagro que oí.
Un día para no olvidar fue cuando amanecimos sin mi tercer hermano en casa, había elegido el camino a su libertad y su manera tan particular de entender el mundo. Marchó , voló , se estrelló , se estrelló y se levantó a pesar de la nieve de marte, de las alas sin plumas.
Y pasaron mil relojes con arena cansada de voltear cada minuto.
Y los boleros, cantamos todos los boleros, construímos el amor con los boleros más bellos del cielo.
Sol maravilloso , romance tan divino.
No podría encontrar mi vida sin la música, cuando lloro y cuando río ,cuando amo y cuando me siento desarmado, necesito el sonido de la lluvia acompañado por música y encanto.
Y en el mar que me separa de mi niñez pasó una vida, quizás varias vidas.
Pasaron afectos , canciones y olores de tantas ciudades.
Vivieron mis primos con música colgada a tantos sentimientos.
Hay tantos ojos que quisiera besar de nuevo antes de dormir.
Y así pasé por la mano de Dios, que me permitió raspones, soplando indulgencias para el reencuentro.
Hoy todos bailan en alguna parte, hoy la flauta y la poesía resuenan en este recuerdo de vida.
Hoy extraño los tangos, las lamparillas, Conticinio , La Media Luna Andina y las canciones de Sandro .
Los recuerdos que no recuerdo viven todos.
Estreno recuerdos
Esta semana se me invitó jurar la bandera de Colombia, allí vi la vida rota de tantos venezolanos, solos, viendo una esperanza en esta tierra de mariposas amarillas.
Indira, me acompañó a pesar de las normas, y con detalle de amor para cada emoción, logró que el momento fuera perfecto.
Fuimos a la Catedral a dar gracias, después de la juramentación, desayunamos tamal con chocolate en la Puerta Falsa, para hacer honor a la ciudad.
Luego recorrimos el centro de Bogotá tomados de la mano, viendo al Monserrate cuidando la historia de la hermosa virreinal.
Nos despedimos de Botero.
Esta semana fué como volver a nacer .
Por eso hoy recuerdo mi patio y por eso también vivo con emoción nacer a esta colombianidad , un país que me permitió recorrer los caminos buscando el veleño y el arequipe, que encontré por las calles de Cúcuta con papá, sin saber que pertenecería a este legado de la Virgen de Chiquinquirá.
Hoy se cruzan tantos versos y tantos recuerdos.
Hoy soy colombiano y quiero besar una flor de las grandes que también hay aquí.
Así, pues, ya no son extranjeros ni huéspedes, sino ciudadanos de la ciudad de los santos; ustedes son de la casa de Dios.
Efesios 2, 19
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