Los aretes de la luna con COVID





Carlos Uzcátegui

Bogota, 11 de Marzo de 2023



Recién se empezó a liberar el final de la pandémica pesadilla del virus chino, ya habían pasado varios meses de meditación obligada, en las que el orden mundial nos obligó a sumirnos en nuestro corazón intacto de virus y lleno de fantasmas.



Por esos meses sufrí dos pérdidas que marcaron mi forma de ver el mundo y me conectaron con un sentimiento espiritual y una manera de ver las cosas con la lupa en el arte de las sensaciones enteras y perfectas, que durante una vida no había podido apreciar.



La pérdida de mi hermano Harry, me conectó a la memoria de las cosas bellas y vivas,  las que nunca mueren a pesar de estar muertas.



La pérdida de Luz Perla, me hizo entender lo grande de las cosas que no existen, y posiblemente no existirán jamás y que pueden vivir en el alma y jugar de tú a tú, con la realidad que quieres atar por siempre con un arco iris. 



Cuando empezaron a liberarse un poco las restricciones y abrieron los restaurantes, respetando las distancias sociales, donde exigían comer espaguetis con tapabocas y usar gel para cambiar de cubiertos, decidí buscar un abrazo en medio “del miedo viral, que viralmente se había instalado en el pavor al virus en nuestras mentes”. 



Con muchos temores alimentados por la media mundial, tomé acción y me registré en Tinder, una aplicación para conectar amistades (era lo que yo buscaba) y  permite elegir personas afines a tus gustos, que disfruten un café o un vino escuchando música, por ejemplo.



Y un día funcionó. Pacté un encuentro en el Creps & Waffles de la 72, acordando previamente, respetar los protocolos de bioseguridad, nada de estrechar manos, ni mucho menos pensar en la posibilidad de un abrazo.  Las mismas meseras presagiaban la muerte si no acatabas sus comandos de vida.



Yo llegué primero, esperé un vaso de agua, y la cita llegó. Hablamos con desesperación, me compartió su pasión por la música, lo cual me sentó super. 


Hablamos de gustos, de vida y de más vida. De viajes, de fantasías y el post encierro, ameritó contar mentiras de sueños teñidos de historia. De recuerdos desconocidos por Dios.



A pesar de no establecer una química mayor, que eventualmente permitiera socavar los temores sembrados por el innombrable virus, conversamos unas dos horas más, de café, vinos y música.



Había que salir antes de las 5 PM del restaurante así que pedí la cuenta, mi recién conocida amiga me dijo: si no nos vemos más quiero que escuches “Los aretes que le faltan a la luna” en un cover de Flora Martínez y me recuerdes cuando la oigas. La recomendación me fascinó.



Salimos del restaurante, llovía copiosamente como esas tardes mezcladas de cuatro estaciones y dos lunas que solo se viven en Bogotá, y la acompañé a esperar su Uber. 



En la puerta del Centro Comercial, llegó la lluvia de nuevo, en ese instante de la tarde sin fin, le agradecí "su presencia en mi hastío"  y le dije: tengo tiempo sin saber que es un abrazo de afecto y lo necesito en este momento ¿puedo pedirte uno?  


Y nos abrazamos sabiendo que más nunca volveríamos a vernos, era un abrazo entre dos almas libres y solas tratando de encontrar los aretes que le faltaban a la luna.



Y esa tarde, llegué a mi casa viendo a Tommy, lamiendo mis sentimientos y tratando de ayudar a encontrar los dichosos aretes...






Enlace Floria Martinez Los aretes que le faltan a la luna



    


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