La casa vacía


Bogotá 13 de Julio de 2024


Carlos Uzcátegui B


Luego de tantos años de estar “alquilada” a la fuerza , después de luchar en los tribunales de “injusticia” por un milagro cuyo origen no tiene  explicación (cómo todo milagro),  fue devuelta la casa grande a la familia originalmente fundadora y dueña de ella. 


El día llegó, la casa de los abuelos iba a ser devuelta a sus legítimos legatarios. Eran muchos nietos y bisnietos en la numerosa familia. Habían sido muchas las peleas entre los hermanos a lo largo de los últimos años, para ponerse de acuerdo entre ellos y designar quienes serían los encargados de recibir la amada propiedad.


Finalmente fueron los tíos Segismundo y Marina los encargados, por un acuerdo que tomó muchos años y muchas derrotas en el frustrante juicio de desalojo, los encargados de recibir esa propiedad que los vió crecer y que estaban a punto de recuperar.


Segismundo y Marina serían los primeros en entrar a la casa.  Informaran a todos los parientes a través de una comunidad de WhatsApp , sobre estado actual de la casa grande y de las otras propiedades de la familia que se habían recuperado.


Estaban ansiosos, la noble casa de los abuelos significaba un pedacito de amor en el corazón de todos. Y era muchos.


El ansiado día llegó. Fueron por su cuenta a recibir la casa. Tocaron la puerta con insistencia y nadie contestaba ni salía a recibirlos. Decidieron llamar al cerrajero para que les abriera la reja. 


Llamaron al viejo cerrajero del barrio, un atento colombiano de unos setenta años, de apellido Ospina,  llegó bien dispuesto a hacer su trabajo. Abrió la reja principal y se ofreció para acompañarlos en su recorrido no vaya a ser que necesitarán abrir otra puerta.


Apresuraron su paso atravesando el enrejado ,los vigilantes no estaban. Llegaron a la gran puerta de entrada sobre las escaleras de las fotos familiares importantes, no tenía llave ni cerradura, bastó con un ligero empujón para abrirla.


Detrás de esa puerta lo que se vió fué el caos, parecía el escenario de la resaca de la última fiesta del infierno. 


Todo había sido arrancado, puertas ,alfombras, lámparas, teléfonos, artefactos sanitarios, todo. 


Las estanterías que alguna vez guarecieron libros ya no existían.


No quedaban escritorios ni sillas. Los pasamanos habían sido arrancados. Los pisos, la cocina, las ollas y las vajillas, todo había sido robado, arrancado o destruído.


Solo se escuchaba soledad y abandono. Y eso que fue apenas hace un mes cuando se dictaminó a favor de los herederos, sin embargo el abandono y la desidia hablaban como de cien años de destrucción.


En algunas esquinas se veían aún humeantes,  restos de evidentes rituales de santería y magia negra.


Segismundo se veía pálido y desencajado de la impresión. Marina, una pregunta ¿te imaginaste  algo así? Ella con su aplomo de siempre contestó: si, yo estaba clara en que esto iba a suceder. 


Los perversos inquilinos nunca imaginaron que algún corazón podría encontrar los colores que intentaron robar al recuerdo de los nietos, legatarios legítimos de la casa grande y tener la fuerza suficiente para recobrar su destino.


Pensaron que nadie trataría de rebobinar la gloria del recuerdo de los fundadores de la casa. 


Erradamente pensaron que ya todo estaría borrado después de veintitantos años de oprobio.


A los pocos minutos de estar adentro, se escucha el caminar lento de pasos arrastrados de un anciano, era Virgilio Ureña, un antiguo ayudante de cocina del último inquilino andino de la vieja casona. Don Segismundo buen día, saluda respetuosamente. 


Mi familia ha estado en la historia de esta casa desde los tiempos de mi bisabuelo -dijo el viejo Virgilio- yo nací aquí, supe de las historias de Misia Jacinta. Esta casa superó la guerra federal, sobrevivió a Gómez , a Perez Jímenez, vi las tanquetas del 4 de febrero, pero esto que veo ahora es una vergüenza cruel, inspirada en el odio. 


Juré no morir hasta saber que la casa retornara  a sus legítimos dueños. Me voy en paz, ya vi de nuevo el árbol que sembré con mi abuelo en el jardín japonés, pensaba que el tiempo no me alcanzaría para verlo de nuevo. Gracias por recuperar la casa. Y se marchó a morir en paz.


Que compromiso tan grande pensaron los hermanos Segismundo y Marina. Qué responsabilidad habían asumido. Es con el pasado, con el presente y también con el futuro.


Cómo todo había estado en manos de los perversos inquilinos, administradores de la casa por tanto tiempo, Segismundo y Marina enviaron a algunos abogados con poder a pedir saldos en los bancos y el estado de otras propiedades de los abuelos.


En los bancos no había saldo a favor , solo deudas vencidas de las que no tenían conocimiento. 


Todos los servicios estaban cortados, la oficina del centro había sido despojada de todo , incluso de las puertas y del papel de baño. 


Solo existía un paisaje posible en la imaginación de los legatarios del sueño. El paisaje que vivía en la memoria del futuro, que habría de construirse a partir de ese día.


Marina sigue con su fe puesta en el recuerdo de sus origenes, ellos llegaron a este país con las manos vacías, sudaron con pólvora la libertad de esta tierra bendita, labraron el campo, sembraron el café de los Andes, el cacao de Choroní, la caña de Lara, llevaron agua a los potreros mas distantes del camino real, llevaron luz a la última casita que se veía perdida en la majestuosa montaña, que adornaba la carretera torcida que subía hasta el cielo.


Hicieron músicos de orquesta a niños que jugaban con carritos de lata y caballitos de palo de escoba. Enviaron a miles de jóvenes ilusionados de amor por la patria a estudiar en la Sorbona o a Massachusset , para así hacer una casa grande y próspera para la familia de sangre vinotinto , orgullosa de su patio de cemento.


Marina se quedó pensando en las historias que su abuelo contaba: Como habían llegado los teléfonos ,el metro de la ciudad, las escuelas del campo. La música de diciembre, las hallacas y las fiestas de carnaval. Cómo se inventó la energía del Guri y se creó aluminio suficiente para envolver mil veces el mundo.


Recordaba el viejo ferry,  que llevó toda un país sin distingo social en viajes de cuatro horas, a vivir la alegría del fin de semana en la Isla de Margarita, a comprar en la Media Naranja de la 4 de Mayo o a comer empanadas de cazón en playa Parguito.


Pensó en el  puente de Angostura, recordó cómo se reconstruyó el puente sobre el lago después de haber sido derribado por el Exxon Maracaibo.


Revivió la historia de como Caracas salió airosa y pujante  después de haber sufrido un terremoto el mismo año que estaba cumpliendo 400 años de vida y apenas ocho de democracia. 


Los abuelos volvieron a levantar una y otra vez las paredes derrumbadas de la casa grande en momentos en que nadie lo creía posible.


Segismundo escuchaba y en medio de razonables dudas, trataba de hacer reflexionar a Marina : pero es que ahora sí es verdad que no hay como apostar nada, ni por la ilusión - hermana - es que el descalabro fué mucho peor de lo que podríamos haber imaginado.


Marina, con sus ojos negros brillantes de fortaleza miró a Segismundo, con gravedad de poema dijo: la casa está vacía pero nuestro corazón sigue la luz de la estrella de abril, la que llenará esta casa de esperanza, pasión y lucha, hasta que se ilumine su camino de nuevo.


La nuestra es una familia grande, condenada a la gloria y a la libertad, en nombre de Dios y del destino libertador, que mora en el alma de cada corazón vinotinto, que amanece pasillaneando sus recuerdos de ayer, en cualquier parte del mundo. 


Forjadores de libertad, cuna de la prosperidad de un continente merecedor de su mejor destino.


Lo volveremos a hacer #hastaelfinal








 

28.Quítenle, pues, el talento y entréguenselo al que tiene diez.


29.Porque al que produce se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce se le quitará hasta lo que tiene.


30.Y a ese servidor inútil, échenlo a la oscuridad de afuera: allí será el llorar y el rechinar de dientes.»


        Mateo 25, 28-30

 

 




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