Eutimia Buenahora y sus tres minutos de amor

 



Bogotá 11 de mayo de 2024

Carlos Uzcátegui Briceño



Al salir de su única consulta el diagnóstico fue cruel y preciso: Eutimia, le quedan 90 días de vida y no hay tratamiento que valga.


Así comenzó su historia, era una tarde de agosto, de esas polvorientas, con papagayos en el aire un domingo después de la misa de doce. 


Eutimia era hija de un aventurero alemán -Hans Gutezeit- que llegó a Zapatoca hacía muchos años a comerciar tabaco, y de Fidelia, una morena costeña, que en su travesía viajando para Bogotá tuvo la ocasión de tropezar con él, un domingo en la calle de la iglesia del pueblo. 


Hans quería ser minero en Venezuela, pero en su viaje desde Buenaventura donde llegó por error, descubrió la magia de las montañas de Colombia y quiso sembrar su historia en medio del café y el tabaco que brotaba de aquellos mágicos cerros.


La mamá de Eutimia, Fidelia era una hermosa morena de contorneada figura, palenquera. Alta, adornada con frondosa y ensortijada cabellera que le llegaba a la cintura. Alegre, dicharachera, con ganas de llegar a la capital a conseguir fortuna.  


El encuentro casual de Hans y Fidelia desató fuego y pasión desde la primera mirada. Hans estaba casado y su esposa no vivía en el pueblo, lo que le permitía a Hans gozar de ciertas libertades de vida. Fidelia tenía el fuego de los diecinueve años quemando sus venas, aunque no había sido mujer de nadie, el encuentro casual con el alemán le avisó una tormenta de pasión por llegar, de la cuál no quería escapar.


El torrentoso amor se consumó a orillas del uchuval , un aromático potrero en la vega del Sogamoso. Aquélla tarde de agosto las hojas de tabaco impregnaban el ambiente de ese momento de amor, en el que Eutimia Buenahora habría de ser concebida. 


Era la mágica consecuencia de la extraña forma de amar, que navegó en medio de las pasiones, entre el aventurero alemán y una palenquera con piernas de acero y desbocado frenesí.


Veinte días después, sin necesidad de mediar ninguna prueba distinta a la que indicaba su exacta periodicidad que conocía desde los nueve años, que marcaba el 28 de cada mes como el día de manchar, independientemente de la longitud del mes o de la cantidad de días del año, Fidelia notó la interrupción del acostumbrado evento. 


Pensó en las consecuencias de aquella tarde, no se arrepentía de nada. Fidelia que tenía un instinto arraigado a la vida y se sentía capaz de sobrevivir ante cualquier situación o historia diferente a lo pensado en su simple diseño de vida. Decidió ir a contarle a su amor del uchuval sobre su no acaecido evento.


Hans Gutezeit tratando de ser decoroso y elegante ante su propia historia, le explicó a Fidelia lo que esa tarde fue para su vida, trató de hacerle entender lo imposible de hacer algún tipo de reconocimiento que pudiera menguar su honra ante su familia, que, aunque lejana en la geografía estaba presente en su diario vivir.


Fidelia recordaba los dichos de su abuela. Miró a los ojos a Hans, sin llorar pero mostrando su adiós en el alma. Le dió la espalda y con el corazón quebrado, fue por sus cosas para seguir a Bogotá. 


Lloraba, de verdad llegó a sentir amor por Hans y sabía que el ser que vivía en ella, sería su presencia en cada día por el resto de su vida.


Nació Eutimia en el Materno Infantil Concepción Villaveces Acosta, el 17 de marzo de 1965, una agraciada morena, de ojos verdes, fuerte sietemesina, digna vivir la historia para escribir un relato para el amor.


Eutimia creció en la capital, al lado de su madre. Fidelia le decía que su familia era santandereana e hizo despertar en Eutimia amor por su origen, haciéndole creer que su padre era nativo de Zapatoca.


Eutimia creció como su madre, una mujer hermosa, trabajadora y valiente.


Fidelia lo hizo todo para que Eutimia fuera la mujer en la que se había convertido, una enfermera servicial y carismática que llegó a trabajar en el mismo Materno Infantil donde un día vio la luz.


Se convirtió en una mujer extraordinaria como enfermera, amada y respetada por los médicos y por sus compañeros de trabajo. 


Una tarde de diciembre saliendo de su área de servicio, Eutimia se desmayó. Sin motivo o razón aparente. Fué rigurosamente examinada en el mismo hospital y su diagnóstico fue contundente: padecía una de esas condiciones terminales con fecha de vencimiento en el próximo trimestre. Nada que hacer.


El médico le comunicó la triste noticia, le propuso que renunciara para que cobrase sus prestaciones de ley y pudiera disfrutar lo breve de su encuentro con la salida de la vida.


Ella aceptó la propuesta de su médico.


Eutimia renunció, cobró su indemnización, y como no tenía hijos, se dedicó a bien morir.


Eutimia tenía una inmensa familia fabricada por el imaginario de su mamá, ella se había encargado de que no se sintiera sola en el mundo y le construyó muchos lazos de familia que solo existían en su cabeza.


Fidelia, su madre, le mostraba a todas las personas que fué conociendo a lo largo de su vida como si fueran su familia de verdad. Cuando iban al mercado o se montaban en un taxi Fidelia se encargaba de conseguir algún nexo de tierra o parentesco y le decía a Eutimia que guardara el número de teléfono del recién conocido, pues podría ser primo sexto de la tía que se casó con un primo que vivió en Leticia y tuvo un romance con una brasilera de Tabatinga.


Así ella tenía tías y primos inexplicables alrededor del mundo. Dicen quienes tuvieron acceso al celular de Eutimia, que tenía más de 9.000 contactos guardados como posible tío o posible prima.


Desde el día del cruel diagnóstico, Eutimia haciendo caso de las recomendaciones de Fidelia, empezó a llamar a todos sus “parientes” para despedirse y agradecer lo que habían hecho por ello a largo de sus 32 años de vida. 


Su única misión de vida era despedirse de la inmensa familia que su madre le fue haciendo a lo largo de los años.


Llamaba a sus tías de verdad, Fidelia tuvo cuatro hermanas, y Eutimia se despedía de ellas todas las semanas. Ellas lo tomaron con mucha tristeza al comienzo, pero después de veintidós llamadas de adiós en una sola semana, ellas mismas empezaron a pedir para que la despedida fuera ya la definitiva.


Le decían “que Dios se acuerde de ti” a lo que Eutimia un tanto ingenua respondía “y que se acuerde de Usted también tía”


Ya habían pasado cuatro años desde aquel diagnóstico terminal, la familia estaba francamente desesperada por tantos adioses sin final y deseos recíprocos del recuerdo divino. 


Un día marcando una nueva tanda de llamadas de despedida, marcó un número que no estaba en su agenda, contestó la voz de un hombre, que apenas al escuchar la voz de Eutimia respondió: hoy finalmente te conoceré en el cielo, esperé 36 años por esta llamada, hoy es el día más feliz de mi vida.


Esa tarde se conocieron Eutimia Buenahora y Hans Gutezeit, por una llamada de las miles que ella hacía a diario para despedirse del mundo. 


Hija y padre por un error de digitación cruzaron una breve y definitiva conversación en este mundo.


Bastaron solo tres minutos para que el amor fraterno se hiciera presente en la vida de ambos.


Se amaron como si siempre se hubiesen conocido. Esa tarde siendo la 1:55 PM, Eutimia dejó de hacer las llamadas de despedida que durante cuatro años y con rigurosa disciplina había realizado. Su tías dijeron: “Por fin Dios se acordó de ella” .


Y su papá allá en Zapatoca, hizo lo propio a la misma hora. Dicen los que lo vieron morir que se dibujaba en su cara la sonrisa del hombre satisfecho, porque el día de su muerte consiguió la respuesta a sus oraciones: escuchó la voz que esperó durante 36 años, su espera le hacía recordar cada día aquella tarde feliz, estando con su amor breve y secreto en el aromático potrero del uchuval.



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