La Malinche - Canciller Incomprendida




Carlos Uzcátegui

Bogotá 28 de abril de 2024


Cuando vi a mi señor D Hernán Cortés tomar la mano de Moctezuma y empezar a recorrer la alameda de entrada a Tenochtitlán, no pude contener mis lágrimas. La vida me había enseñado que las princesas no lloraban, era mi primera lágrima sobre el lago de los méxicas. 


Recuerdo mi historia y aún no me explico cómo pudieron suceder los acontecimientos que llegaron a pasar y que me convirtieron,  para algunos, en la mayor traidora de los méxicas (México aún no nacía por aquellos años).


Nací de una familia noble, estaba destinada a ser princesa. Me llamaron Malinalli, hierba. A los ocho años muere mi padre , hasta esa edad volaba libre, como pájaro multicolor por los campos de Oluta. 


Tras la muerte de mi padre, mi madre temerosa de perder su vida colmada de privilegios, decide casarse de nuevo con otro cacique. Al cabo de pocos meses, de la nueva unión nace un varón. Mi madre, comprendió que mi presencia sería incómoda en su nueva familia y aprovechando el cadáver de una niña que una de sus esclavas consiguió en el río, hizo los rituales de muerte correspondientes, diciendo que yo había muerto y me vendió como esclava.


Siendo esclava de los mayas de Tabasco, aprendí a hablar su lengua. Me convertí así en bilingüe, tenía facilidad para aprender. Dominaba mi lengua materna náhuatl y la maya-yucateca. No imaginé que la historia de dos mundos dependiera de ese incidente mágico, y que en ese momento no entendí.


Pasados algunos años, ya no era niña, empezaron a escucharse rumores sobre unos señores que con vestimentas raras, pieles descoloridas y acompañadas de extrañas criaturas sin nombre empezaban a llegar al territorio. 


El terror corría por todas partes, los guerreros empezaron a alistarse para lo que parecía sería el fin de los tiempos. Los llamaban "los  llegados del otro lado del mar."


Una tarde, rayando la noche se aparecieron los extraños guerreros llegados del mar. Se inició una feroz batalla, sangrienta en su primera línea, ellos eran muy pocos, pero suficientemente raros para atemorizar a nuestra gente. El cacique se rindió antes del nacimiento de la madrugada y fue capturado por los blancos.


A la mañana siguiente me enteré que yo formaba parte del botín de guerra. El cacique me entregaba como parte del precio por la paz junto a 19 esclavas más. 


Ese regalo cambiaría para siempre la historia de dos imperios, destinados a crear una nueva cultura, una nueva forma de entender la vida. Una nueva manera de amar la muerte.


Cuando estaban haciendo entrega de las esclavas, escuché que uno de ellos hablaba maya, después lo conocí, se llamaba Jerónimo de Aguilar, un marinero blanco que naufragó en Cozumel hacía unos 10 años. 


En la conversación que él traducía, el cacique retenido, le hablaba de los méxica a Cortés, del poder y riquezas del emperador  Moctezuma, dueño y señor del mundo conocido, cuyos sirvientes preparaban hasta 300 platos distintos al día para que seleccionara de allí que deseaba comer. 


El emperador que cobraba como tributo, a las tribus sometidas, cincuenta  mil hombres al año para ser sacrificados y así calmar la furia de sus dioses.


Nunca imaginé que hablar otras lenguas sería tan importante. Me armé de valor, hice señas a Jerónimo de Aguilar, le dije en maya que el náhuatl (el lenguaje de los méxicas), era mi lengua materna. Me llevó a la conversación que sostenían, le explicó a Cortés en castellano, quién era yo y las posibilidades para su misión que se abrían con una nativa bilingue.


Las inquietudes no se hicieron esperar, Cortés hacía preguntas fuera de lo que yo podía imaginar. Eran agudas y yo notaba que a través del intérprete que teníamos en ese momento, no podría nunca entender lo que yo quería transmitir y lo que él necesitaba comprender. Aprender su idioma sería mi nuevo desafío.


Y lo aprendí, tenía un don especial para las lenguas, y porque no decirlo, Aguilar fue generoso y me ayudó a comprender y a hablar castellano.


Aquél gran señor, Hernán Cortés, tenía el corazón inquieto y la mirada firme. Estar a su lado era sentirse segura. Tenía dones que después entendí, corresponden al protagonista de la transformación de dos mundos y él , era el responsable de crear el futuro de la hispanidad y de la nueva raza que habría de nacer.


No fueron conquistadores, eran muy pocos para conquistar al imperio Azteca. Eran trescientos cincuenta hombres , doce caballos escasos de carne y de mirada triste, doce cañones difíciles de llevar , 24 arcabuces sin pólvora para estallar y un líder de 34 años con hambre de historia y un sueño indetenible, apasionado por escribir futuro.


Seguimos la escalada al valle sagrado de Tenochtitlan, fueron varias las batallas antes de llegar. Batallas que terminaban en alianzas.  Al tener ganada la barrera del lenguaje Cortés, astuto y claro adelantaba misiones a las que me correspondía pertenecer e iba ganando aliados. 


El capitán Cortés entendió que los vasallos de Moctezuma no querían seguir alimentando su hambre de sacrificios humanos, eran 50.000 hombres al año los que demandaban los dioses aztecas.


Poco antes de llegar a Texcoco, el gran emperador de los Mexicas envió emisarios de su corte, llenos de regalos para el líder: oro, chocolate, plumas y puntas de lanzas talladas en obsidiana negra. Todo esos regalos con la petición de que detuviese su avance.


Ya Hernán Cortés y yo éramos más cercanos, ese día me pregunta sobre la importancia del “desprecio” para el emperador. Yo no era traductora de lenguaje, era intérprete de culturas. Y fue lo que quise hacer. Sin saber cómo, era traductora de dos culturas para construir una historia común. Había frases que no traducía, me quedaba con ellas, empecé a tomar partido para que las cosas salieran mejor para ambas partes.


Cortés no despreció los regalos, los recibió y luego los envió a Castilla con un correo de su confianza, el Capitán Portocarrero, miembro de su comitiva, de alto linaje y con seguro acceso al Emperador Carlos, para mostrar sus trofeos y ganar la confianza de él.


Y seguimos escalando hasta llegar a Texcoco. Moctezuma en persona vino con su corte a recibirnos. Fué un momento conmovedor, para mí muy difícil. Tenía el juicio de la posteridad sembrado en mi destino. 


El emperador méxica era de un carisma impresionante, cuando le pregunté a Cortés qué sintió cuando lo conoció, me dijo: es un ser que irradia amor.


Hicieron química ,se conectaron. Para Moctezuma lo más incómodo era que fuera yo, una mujer la que estuviera presente en esa conversación de hombres. Además yo le miraba directamente a los ojos y eso le generaba mucha incomodidad.


Al final del día el emperador invitó a Cortés y a su comitiva para que descansara en el Palacio Axayácatl. La majestuosidad de ese Palacio, es algo que aún no me atrevo a contar, no tengo las palabras.


Después de doscientas veinte noches en el Palacio de Axayácatl, de traducir conversaciones diarias de más de cuatro horas entre dos cosmologías tan diversas, donde se hablaba del amor al alma de Dioses tan distintos.  


Eran dos seres que se sentían atraídos por la trascendencia de sus vidas, debo confesar que mi presencia era necesaria sólo durante la primera hora.


Cortés y Moctezuma se admiraban y se amaban como seres que se reconocían como articuladores de un nuevo mundo. Después del primer encuentro matutino, los ayudaba con las primeras preguntas del día. Luego salían a recorrer jardines y los zoológicos del palacio. Hablaban ese lenguaje de los "llamados", ese que jamás entenderé.


La noche que murió Moctezuma, las intrigas y la miseria humana estaban cosechando sus frutos perversos. Estuve allí. Antes de expirar, el emperador le pidió a Cortés: “cuida de mis hijos”. 


Y lo hizo, sus hijos fueron a Castilla y sus títulos fueron reconocidos por el emperador gracias a los buenos oficios de él.


Lo vi llorar, murió en sus brazos. Eran amigos de verdad. Esa noche comprendí lo que era ser grande. Me enamoré de la historia que esa noche nacía, me enamoré de mi encuentro con ese visionario vestido de azul y su deseo de que estos mundos se fundieran en una sola cultura, la hispanidad.


Y que la historia me perdone, traduje la paz y la vida de dos cosmovisiones lo mejor que pude, para concertar un futuro que jamás imaginé.


Hoy después de tantos juicios me permito confesar, que más allá de ser traductora de lenguajes, mi misión fue la de traducir culturas, transmitir palabras no bastaba para la misión de Cortés. Lo que hacía falta era poner a cada uno de los actores en la cultura del otro.


También confieso que traducía a mis anchas, pude dar sentido y hacer peticiones mayores a lo solicitado, traté de hacer conciliaciones antes de traducir palabras ofensivas y en eso la razón me la dió el tiempo. La misión fué exitosa.


Ya la fuerza me esta fallando, mi vida ha sido agitada y fuerte.  Nacer noble y pasar a ser esclava a los ocho años de edad, deja marcas indelebles en el alma y en el cuerpo. 


Hoy agradezco tanto a mi señor D Hernán Cortés por la experiencia de vida, por el hijo que me dió y por el Dios que me enseñó a amar y a respetar.


Gracias a esa aventura nació la hispanidad, la unión de dos mundos románticos, convencidos de que la poesía y el arte llegaron a fundirse en la cultura más bella del mundo.


Somos mestizos, creemos en Dios y amamos la luna. Somos una raza orgullosa de su noble origen.


Somos América, somos España. Somos hispanos.




Tenochtitlan, 27 de febrero de 1529


















“el día de su muerte fue asistida espiritualmente por Fray Toribio de Benavente, Motolinía, encargó a éste que después de haber celebrado la santa comunión, dijera a Cortés que yo le agradezco lo que conmigo hizo... y que si en algo pudo agraviarme, le perdono por lo mucho de lo que soy su deudora”


Versión no oficial de la última voluntad de la Malinche 




Tomado de : https://www.infobae.com/america/mexico/2021/10/14/como-fue-el-final-de-la-malinche-tras-alejarse-de-hernan-cortes/#:


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