Aquel Jueves en Getsemaní

 



Bogotá 16 de Marzo de 2024

Carlos Uzcátegui



Aquél jueves después de la cena, caminamos hacia el huerto, cada paso me acercaba a un dolor que no quería vivir. Aún siendo hijo de Dios, también siento la tierra en mis sandalias y la traición quiebra por un momento la confianza en la gente que aprendí a amar. 



Llegamos a Getsemaní, la primavera estaba por comenzar. La cena había sucedido como estaba previsto. Fué un momento culminante, aunque ellos no entendían lo que estaba por suceder, he de decir que fué una noche de muchas emociones.


Sabía de mi destino ya escrito, aunque mi experiencia en la tierra con mis hermanos, me permitió vivir y sentir sus pesares en mi piel. La hora se acercaba y comprendí mucho mejor sus temores.


Los vi sufrir por tantos dolores, que entendí que mi misión era la de aprender a atender sus momentos de más vulnerabilidad y traer de nuevo la esperanza.


Esa noche del jueves, fué el dolor y las preguntas al cielo las que salieron de mi corazón.


La impotencia de saber que ese designio estaba a punto de consumarse agotaba mis fuerzas. Me sentí solo cuando vi a quienes hace apenas dos horas compartían la cena de despedida conmigo, quedarse dormidos mientras yo oraba por la angustia de mi dolor.


Entonces aparté mi corazón del sentimiento humano por un momento, y empecé a orar a mi Padre:


Padre, ayúdalos cuando la noche sea oscura y fría y sientan que no los oyes.


Alivia sus dolores y miedos cuándo la sombra de la muerte asome a sus vidas. 


Ilumina sus miradas cada mañana, incluso cuándo rezan y te imaginan distante.


Recuérdales cómo salió tu pueblo de Egipto y como llovió maná por 40 años.


Manifiesta tu amor de Padre y abraza en silencio sus sufrimientos, para consolar los momentos cuando su fe se agota.


Enséñales a escuchar la paz de tu sabiduría.


Padre Nuestro que estas en todas partes, muestra quien eres a todos mis hermanos, a los que me enviaste a conocer.


Esta noche recuerdo los Salmos y todas las esperanzas ciertas que viven en ellos. 


Solo los que te conocemos sabemos cuánta virtud y verdad hay en las promesas que pactaste. 


Que ellas sirvan de bálsamo para tantos dolores de los que he sido testigo en estos 33 años de peregrinar en la tierra.


Siento en tu pueblo la tentación de caminar por caminos inciertos. No lo desampares.


Los dolores que van a llegar son más fuertes que las plagas de Egipto. Más duros que el exilio a Babilonia. Solo que  esta vez el Templo no sucumbirá.


Los seres elegidos por ti van a sufrir muchas pruebas. 


A ellos dale cruces de acuerdo a tu sabiduría y al tamaño de su fé. 


No permitas que nadie se aleje de ti por la desesperanza.


Mi amor por sus defectos empezó desde que los conocí jugando de niño con ellos, en los campos de Galilea. 


Tus hijos se creen fuertes pero son tan frágiles, cubren sus debilidades aparentando un carácter que no tienen y que solo la fé verdadera puede construir. Ilumínalos.


Te pido por todos los que quisieron y aún quieren tocar mi túnica, enséñales que su oración podrá acercarlos más a ti.


Señor, que los fantasmas del conocimiento humano no invadan el espacio de la fe. Que nada turbe la verdad que existe y es eterna. Dáles humildad.



El libre albedrío va a llevarlos a cometer tantos errores ,te pido compasión por sus pecados cuando erren jugando a su libertad. 


Permite que en medio de sus desatinos, sientan compasión y ternura por la mirada de un niño. 


Recuérdales cuando lloran, que tú estás allí tocando sus almas, inspirando consuelo.


Te pido que seas presto en ayudarlos, son mis hermanos y piden cosas sencillas. Eso llenará sus días cortos de horas y largos de miedos, mientras entienden tus caminos.


Los tiempos de fe llegarán a su debido momento.


Padre, enséñales a no juzgar, dales la sabiduría del perdón.


Si alguno de ellos después de una vida injusta, en el último suspiro decide pedir tu clemencia, llévalo al cielo, así ya no tenga fuerzas para levantar sus brazos, muestra tu misericordia.



No hay injusticia tan grande que no pueda ser perdonada por tí.


Ya son las seis de la mañana de este viernes. Lo llamaran viernes de dolores, dale fuerza a mi madre María, es quién sufrirá más hoy en la tarde de mi vida terrenal.


No permitas que se digan solos, por no sentir tu presencia.


Perdónalos cuándo no crean.


En pocas horas todo estará consumado.


Lo que hoy pido, será eterna oración a tu misericordia, gracias Padre.



(Suenan espadas y escudos, los centuriones se acercan)



La hora ha llegado.




Getsemaní, vísperas de pascua, A.D 33


 



«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». - Pater dimitte illis, non enim sciunt, quid faciunt (Lucas, 23: 34).



 




(Una oración imaginaria de Jesús en el huerto de Getsemaní)

Comentarios

  1. Oh Por Dios! El Espíritu Santo vive en cada escrito que te inspira .

    Este , en particular, lleva impresa la sabiduría y el profundo amor con el que sacrificó su vida misma.

    Como siempre espectacular .
    Felicidades

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