Un Rey y Dos Coronas - Relato




Bogotá 13 de enero de 2024


Carlos Uzcátegui B


Había sido un día largo, el cansado Rey ahora lleno de muchas preocupaciones, que le eran ajenas hasta esa mañana cuando su primo de Constantinopla, llegó sin previo aviso trayendo noticias que podrían cambiar la historia del mundo.


Balduino II Emperador de Constantinopla, vino en apresurada visita a su primo Luis IX, rey de Francia, a contarle sobre el más preciado objeto de la cristiandad, que hasta ese año estuvo bajo su custodia  : se trataba de la Corona de Espinas que le impusieron a Jesucristo el día de su crucifixión. 


Ya tenía cerca de quinientos años en poder del Imperio de Bizancio.


Balduino II, presintiendo la inminente caída del imperio de oriente, apresuró e improvisó una visita a su primo rey de Francia, quien sería conocido por la historia como el El Rey Justo. 


Balduino desde su niñez fué testigo que aquella sacra reliquia, cada año brotaba en medio de sus setenta espinas, flores blancas con perfume indescriptible y las puntas de las espinas se teñían de rojo, a las tres de la tarde de cada viernes inmediatamente posterior a la primera luna llena tras el equinoccio de marzo.


Venían distinguidos peregrinos del mundo conocido, a ser testigos y a celebrar el milagro del viernes de pasión cada año.


Balduino tuvo en su poder la sacratísima y por siempre venerada Corona de Espinas. Cuando su imperio estaba en decadencia se apersonó al salón del Palacio Sagrado, donde se conservaba la preciada corona para esconderla y preservar tan invaluable reliquia.


Fue en ese momento cuando se enteró que dos barones de la corte, habían negociado con comerciantes musulmanes que la venderían al mejor postor o a un mercader de Venecia.


La sangre del Emperador se heló, ya presentía su inminente caída , además no contaba con recursos, como para comprar lo invaluable que sus allegados, traicionando su confianza, habían vendido aprovechando su creciente debilidad.


Fué así como el emperador decidió marchar en busca de su pariente francés, quien ya era conocido en occidente por su inconmensurable fé y justa bondad.


Luis IX , rey de Francia acostumbraba a pasar noches en profunda oración y meditación en los monasterios benedictinos . No gustaba de la vida cortesana, ni del ambiente de Fontainebleau  - su palacio - le parecía vacío y frívolo lo que allí se vivía.


Su madre, Blanca de Castilla, viuda regente hasta su mayoría de edad, responsable de su fe, le inculcó los valores que construyeron su santidad y devoción.


Por actos de Dios, esa mañana el Rey amaneció en Fontainebleau, cuando le es anunciada la inusitada visita de su primo, el emperador de Constantinopla.


Luego de la improvisada bienvenida , el Emperador solicitó reunirse en privado con su primo el rey de Francia. Este lo invita a la Galería de los Ciervos, uno de sus salones favoritos y hace salir a todos los miembros de la corte real.


El ambiente se hizo tenso, Balduino se sentía avergonzado de su falta de precaución y del destino que por un descuido imperdonable, pudiera tener la reliquia más importante para la ya milenaria cristiandad.


Contó al rey, con sumo detalle y perfecta narrativa soportada con documentos, como la Corona de Espinas había llegado a Bizancio desde hacía casi cinco siglos. 


Lloraba desconsoladamente, pués su visión de grande y noble comprendía lo que esa pérdida podría significar para la historia.


El Rey de Francia, hombre de fé inconmovible y sabiéndose responsable del legado de su decisión para la historia y para el futuro de Europa, preguntó a su pariente acerca del valor de rescate material por la inapreciable reliquia. Balduino dice que sus barones confesaron haberla vendido por unas 50.000 libras francesas.


El Rey palideció, eso era la mitad del presupuesto de París. Era imposible e impensable conseguir ese dinero.


Balduino se adelantó a las cuentas del rey, y él como conocedor del pensamiento comercial bizantino sabía,  que el comerciante que haya invertido esa cantidad de dinero, no estaría dispuesto a venderla por menos del doble. Y el mundo también entendía, que en Venecia ningún mercader trabajaba por menos de un cincuenta por ciento de ganancia.


En conclusión de aquella reunión, se necesitarían al menos 150.000  libras francesas para la aventura del rescate en Venecia, lo que significaría comprometer las finanzas de París y del reino . 


Por supuesto, su fe despejaba fronteras y abría puertas a la gloriosa historia de Francia, pionera de Europa,y ahora sería poseedora de uno de los símbolos más importantes de la cristiandad , la amadísima fe que su majestad abrazaba con fervor inusitado.


También le preocupaba, la responsabilidad de enviar a dos o tres personas al máximo, para llevar a cabo tan temeraria misión con la mitad del presupuesto de Francia en oro, oculto en un cofre, viajando en un bergantín por el  mediterranéo.


El emperador Balduino entregó a su primo las pruebas y marcas para que sus eventuales emisarios, pudieran distinguir con exactitud la originalidad de la reliquia sagrada para la humanidad.


El rey no volvió a conciliar el sueño por varios días, eran muchas cosas las que atormentaban su mente. Su responsabilidad con su pueblo, del cual conocía sus necesidades y era solidario.


También conocía su compromiso con sus creencias y con la grandeza de Francia. La custodia de la Corona de Espinas en manos de Francia abría las puertas a su pueblo, a ser destino obligado de las peregrinaciones de fe más trascendentes por los siglos por llegar. 


Muchos reyes no se atreverían a invadir estas tierras por ser la poseedora de las reliquias cristianas más importantes de la humanidad, pensaba el rey.


Además su fé lo movía en esa dirección. No podía dudar, era hora de actuar y estar alineado a su convicción.


Luego de varias noches en vela y pidiendo al cielo sabiduría, para que su decisión no fuera entendida como una egoísta procura de su gloria personal, decidió que lo haría.


Por esos días el Rey, fue a orar a Saint Pierre de Montmartre, a pedir luz del cielo, allí vió a dos monjes benedictinos conocidos por él en sus noches de oración en  los monasterios: Herve y Alain. Eran dos hermanos incorruptibles y con fe a prueba de fallos. Los reunió en la sacristía y les explicó la misión. La luz del cielo indicó al rey que ellos eran los llamados.


Así, los monjes hermanos Herve y Allain, salieron para la sagrada misión encomendada por su rey, con dos baúles recubiertos de lanas,  simulando tejidos, cargados en su interior con casi la mitad del presupuesto de Francia, representado en monedas de oro, con un cometido único: comprar la Corona de Espinas que estaba en manos del mayor mercader de Venecia.


Lo que sucedió allí es digno de la historia del hijo de Dios. Acontecieron los milagros necesarios para que la Corona de las 70 espinas regresara a manos de quienes creían en ella y la venerarían con devoción.


Los hermanos encargados de la sacra misión, a pesar de tantos peligros y cubiertos por el manto de protección que salva a los elegidos , lograron su cometido: rescataron la divina Corona de Espinas para gloria de Dios y de Francia.


La llegada de la Corona a París fue sublime. El propio rey salió descalzo a recibirla, no permitió que nadie lo ayudara a llevar la inapreciable reliquia -como el la llamaba- en su camino a la capilla del palacio. 


Viva Francia, que viva el Rey, gritaban las personas al paso de la procesión real por las calles que abrazaban al Sena. 


La Corona de Espinas llegó a manos de la fé. El Rey ordenó la construcción de la Saint Chapelle en su honor, donde sería venerada hasta su traslado, a Notre Dame muchos años después.


El último rey de Francia , Luis XVI antes de ser llevado a la horca , descendiente de Luis IX, se preocupó por ponerla a buen resguardo para salvarla de la furia revolucionaria.


La Corona de Espinas junto a la Cruz, son las reliquias más icónicas de la fe cristiana. Solo un Rey como Luis IX tendría el arrojo para recuperarla, para acrecentar la fe de su pueblo y crear un legado de trascendencia para la gloria de Francia.


San Luis Rey de Francia , consiguió la verdadera Corona.





 




trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!»

Mateo 27,29


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