Haz el bien y no mires a cien - Semblanza de fe

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Carlos Uzcátegui 

Bogotá , 3 de Noviembre de 2023




Llegar a su casa era encontrarla tejiendo en su mecedora vienesa, con la lámpara encendida alumbrando a la Virgen y a su hermoso Niño Jesús, parado dentro de una imperfectible cúpula de cristal.


Vasca, seca de cuerpo. Una santa en vida que entendió su misión, llena de caridad extrema y envidiable. Una misionera del bien.


Era mi tía Nena, hermana menor de papá. Un ser lleno de magia blanca y milagros perennes, adornando su andar bondadoso, colmada de fe en Dios .


Amor de madre admirable, sin compromisos biológicos con el amor, sino con su propio corazón, formó hijos y los hizo hombres de bien. Preocupada por su legado, forjó seres con valores, seguidores de su huella liviana y profunda.  


Me gustaba visitarla, tomar café con ella. Lo menos que podía pasar era que una torta de pan acompañara al café del "puntalito" .


Una mañana de diciembre pasé a saludarla , me mostró su pequeña libreta por primera vez. Para mi sorpresa, allí llevaba  relación de materiales de construcción que conservaba más en su cabeza que en la libreta. 


Me preguntó: ¿A como salen los bloques y la puerta que le faltan a la casa de fulanito ? Es que a tal señora la dejó el marido y quiero hacerle una casita en un terrenito (lote) que le estoy comprando.


Lo increíble es que todo sucedía en pequeños y consecutivos milagros sincronizados.


Mi tía Nena tenía una pensión del gobierno y otros  recursos para dar que no se como lograba.


Tenía memoria de futuro y una organizada manera de saber cómo sería la secuencia de ayudas, proyectadas en su afán de dar techo a los necesitados.

 

Decía: "la casita de esta persona le hace falta el baño, vamos a ver si para la pascua lo hacemos"


La escuchaba decir : "al arreglar la pared de la casa de Josefa Ramona hay que hacer una piecita nueva para la casa de fulanita, que ya tiene dos hijos"


Tenía el inventario de las necesidades ajenas. Las que podía anotar y atender desde su libreta milagrosa.


No se angustiaba por sus propias necesidades, tenía la seguridad que Dios la escuchaba, para que se encargara del peso de su cruz .


Repetía en su convicción plena : “solo le pido a Dios que me mande cruces chiquitas, las que pueda llevar sin caer”.


Pasaron cosas increíbles en su vida, en su afán de ayudar. Mamá  contaba que en una ocasión adoptó una niña poseída por un “duende” y nadie la quería adoptar. Mamá daba fe que ella vió como llovía pan por donde pasaba la niña.


Tuvo un carro, un Nash 1954, que vendió después de regresar de hacer la compra del mercado y al llegar a su casa recordó que había dejado el carro frente al lugar donde hizo la compra.


Fumaba un solo cigarrillo al día, después del almuerzo y lo disfrutaba con profundo deleite.


Cocinaba cosas exquisitas ,  recuerdo la más sencilla de todas. Al llegar a su apartamento me ofrecía un huevo batido con azúcar y pan isleño, era elemental, y la magia del sabor salía de sus manos. 


Un ponche crema como el de ella solo se disfruta ahora en la corte celestial.


La torta de pan y la sopa de arepa eran otras de las exquisiteces que recuerdo. 


Ecología culinaria de alta factura.


Todo en ella era amor, su voz , sus expresiones, su delgadez y su mirada iluminada con la claridad de su alma, aseguran que fué elegida para la fiesta eterna. 


Su perseverancia garantizó el sitio al que pertenece por siempre.


Contaba con lo que no tenía para dar, estaba segura que su fe proveería lo necesario para oir a Cristo diciendo el día de la rendición de cuentas : "No tuve puertas y pusiste una en la entrada de mi casa"


Era mi tía Nena, quién supo hacer el bien sin mirar a cien. A los que cabían en las cuentas de ladrillos y puertas de su pequeña libreta. 


Lo daba todo, con todo amor. 


Sin mirar a cien. 









 “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.


Mateo 25, 34-46


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