Carlos Uzcátegui
Bogota 25 de Agosto de 2023
Una mañana dulce con suave neblina flotando sobre los jardines de sietecueros y nogales, me encontré caminando por la Avenida Esperanza, atendería a una cita final, distinta sin saberlo…
Llegué a la hora acordada al lobby del Hotel Double Tree. Allí estaba sentado leyendo la prensa . Lo había visto por última vez hacía unos 18 años. Era el mismo tipo sencillo de blue jean y camisa de cuadros, cubriendo su tímida y segura personalidad , amable , culta y asentada a pesar de nuestra alocada adolescencia.
Nos abrazamos , nos vimos sin hacer comentarios indiscretos sobre la ausencia de cabello o la presencia de optimistas arrugas que sin permiso de nadie, comienzan a remar las pieles curtidas de sal, amor y vida para dejar surcos imborrables, testimonios de historias, algunas inconfesables.
Fuimos al grano, sin más retórica y a sabiendas que su vuelo de regreso requeriría su presencia en cinco horas y que contamos solo con dos horas para exprimir historias, recuerdos y mejores momentos de vidas atrapadas en destinos lejanos y unidas por mil aventuras.
Hablamos del Volkswagen de Eric, de mi viejo Nova morado recorriendo el camino del páramo, en días de agosto, arropados de juventud y vino Pasita a ver copos de nieve, sin plata para el chocolate en El Águila.
Hablábamos de todo con 400 watts de sonido a cuestas y un ecualizador Pioneer a reventar su potencia.
Sol de los venados de tardes que no terminaban nunca: Eric Clapton, Elton John, Santa Esmeralda, Donna Summer, la música nos callaba y cada quién empezaba a hilar su vida y a preparar su excusa para llegar tarde a su casa.
La nota del atardecer naranja vestido de nieve y música pop valía la pena, después se vería.
Aquella mañana en Bogotá, degustamos siete chocolates -de origen- distintos después del café. Me habló en un lenguaje exquisito sobre su pasión por el chocolate, sobre las papilas gustativas y por qué el chocolate de Colombia sería el mejor del mundo.
Seguro en su lenguaje de señor del chocolate y su mirada azul cantando futuro, pasamos dos horas soñando con la historia que vivimos y él recitaba proyectos sabor a cacao y a su vida digna de un libro de recetas del maestro que era.
Siete chocolates y un año después me levanto con el desencuentro. Con el vacío y el amargo sabor que deja la partida sin “aviso y sin protesto” de mi amigo, Elio Constantino. (Tino)
Amigo y hermano de tantas historias, se desvaneció sin despedirse del sol de los venados , ni de esos viajes al páramo a no comprar chocolate caliente y a cortar la cara con frío de sierra y vida .
Marchó pleno de sueños y eso es una lección.
Hoy me vino la imagen de él, vestido de lobato con su traje y su gorrita azul de rayas amarillas.
Akela: “Haremos lo mejor” su grito de guerra, y lo hizo.
Hoy viví su despedida por el grupo de WhatsApp, todos los amigos del colegio vivimos su muerte y morimos en sus recuerdos. Compartimos imágenes que dieron la impresión de querer irse despidiendo uno a uno, de los que la vida le permitió hacerlo.
Hoy quedamos setenta en el grupo. Todos sentimos el impacto de su huída hacia adelante. No nos podemos explicar lo que pasó.
En el fondo, sabemos sin aceptarlo, que lo de hoy fue una lección que nos dejó Tino.
Una advertencia , casi un evangelio en un solo versículo, encerrado en esa muerte repentina y quizás sútil para él por lo breve de su tránsito al otro lado del Jordán, a la tierra prometida.
Hoy quisiera abrazar de nuevo su historia, quisiera abrazar a la gente que amó y decirles que aquí quedamos setenta peregrinos sintiendo su alma volar y nos quedará por siempre el aroma de un ser, que marcó caminos y vidas con su condimento de amor por su arte y su chocolate para el alma de todos.
Pana por siempre…
Fly Tino Fly….
I don't want to say goodbye
Don't want to walk you to the door
Eddie Brickell
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