Los días azules


Bogotá 14 de Abril de 2023
Carlos Uzcátegui


Comparto los días con Tommy mi gato, él vive todo el tiempo corrigiendo mi alma con su mirada de amor y sus bigotes de cera, ellos le permiten predecir por donde pasa su cuerpo, sin medirse la ropa.


Cada tantos días llega mi compañera de este tramo del camino, Indira, ella nutre mis días con llamadas sonrientes, llenas de libertad y me grita en silencio qué quiere cocinar el próximo fin de semana.

 

Llega con un bolso mágico de donde manan verduras frescas, carnes,  arroces y mieles en ollas doradas, que ocupan la vida y pintan de colores toda mi mesa.


Es la promesa de seis horas de música e historias engalanadas con sueños de ayer. Música clásica y salsa. Adornadas con guisos y aromas de vino tinto. Para al final degustar un café de Colombia con torta de pan.


Tengo dos Alexas que ponen las canciones o la oración necesaria, de acuerdo a lo que mi alma requiera, para sobrevivir agradecido, el minuto 59 de la hora que termina.


Tengo a Dios presente, a la Virgen sonriente en mi recuerdo diario y mis nuevos libros me unen cada día más a la esperanza de ver cumplidas las promesas del cielo.


Me encanta aprender nuevas cosas, amo leer, conversar con la Inteligencia Artificial y convencerme que jamás ella podrá decir y cantar al amor con errores, como solo nosotros lo sabemos hacer.


Quiero abrazar de nuevo a la gente que nunca dejaré de amar.


La etiqueta del vino importa cuando la gente que está no importa tanto. He aprendido que todos los vinos son buenos.


Los jueves escribo, con vivos y muertos a cuestas. Ninguno me pesa. Hacen presencia, son la esencia de mis palabras.


Voy casi todas las semanas a misa y uno de cada ocho domingos asisto a un culto para escuchar a un pastor que me llega . Dios alcanza para todos y está en todas partes.


Tengo libros que viajan conmigo, música que cambia como el clima de aquí, me gusta la soledad, amar el silencio, recordar lo bello de los días al calor de las calles, dondé jugué a vivir, robando huesos de muertos, en la facultad de medicina que quedaba a una cuadra de mi casa.


Soy de los tiempos cuando las estudiantes de la universidad asistían a misa diaria a las 6 AM, con el Padre Galicano. Yo fuí su monaguillo y puedo decir que vi a Cristo tocar sus manos plateadas de pureza, con su voz bajita y pausada, enunciando la fe.


Todo está allí, la jugarreta del tiempo curó heridas que estaban abiertas.


Hace poco, un grupo de muchachos de 24 años en promedio, me invitó a formar parte de un proyecto, soy el mayor de todos, me dicen Carlitos. Me permitieron unirme a ellos, eso me ha hecho cambiar horarios y maneras de aprender el hacer de las cosas a la usanza de ahora. 


Las reuniones virtuales son a las 9 de la noche. Viven en cualquier lugar del mundo, son hermosamente globales, no conocen fronteras, pertenecen a dónde se entiende El Quijote. Bien hablados , digitales, cultos, con valores maravillosos y con deseos de hacer un mundo distinto con sueños de contribución y libertad.


Entonces mis recuerdos se hacen flor de nuevo, la esperanza revive y agradezco al cielo porque existen relevos para el amor y la continuidad de un legado extraordinario como misión de vida, y eso me dice que todo va a estar bien.


Así el ahora, es la vida que siempre valdrá el afecto.


Que vivan los días azules.


Comentarios

  1. Gracias por abrir las puertas de tu alma, gracias por tu amor expresado sutilmente, reconociendo cada instante la calidad del tiempo compartido. Que viva el amor !

    ResponderBorrar

Publicar un comentario