La tarde de Don Martín - Historia


 

Bogotá , 17 de marzo de 2023

Carlos Uzcategui


La tarde de Don Martín


Bogotá ha sido más que una maestra para mi alma, es una entrenadora de los sentimientos que viven escondidos en los ligamentos naranja del corazón. Me enseñó a cantar durante el apocalipsis sin el arpa del Rey David. 


Paso mis días a dos cuadras del apartamento donde dormí por primera vez en Bogotá, ciudad que me enamoró desde el día que el hombre pisó la luna en junio de 1969, día en que la conocí.


Este barrio donde vivo es un clásico de la Atenas tropical, todo lo tiene y todo lo da. Conviven personajes sin letras, poetas, tenderos, abarroteros, zapateros y queseros de oficio .


No se escuchan ruidos y se oyen cantos de picaflores desafinados a las 5 AM, en una ciudad con esperanzas comprometidas por su historia, y diez millones de almas, sin contar gatos y perros.

El barrio tiene su luna privada que brilla con colores pasteles surtidos y aromáticos que atraviesan la montaña, con el compromiso firmado de besar cada ventana y perforar cada cortina que se interponga entre ella y los cerros de oriente, apenas entra en creciente. 


Don Martín es el quesero del barrio, tiene más de 55 años en el mismo punto, es decir  que cuando conocí la ciudad donde se repartía leche en botellas en vehículos de tracción a sangre, ya la misma quesera estaba a dos cuadras del apartamento donde dormí aquí en 1969.


Volviendo a Don Martín, mi proveedor de queso, vende uno en especial, que me sabe a los moldes de madera y a los liencillos que lavé más de mil y una noches, para elaborar el queso que se hacía en mi casa de Zumba. 


Como buen conocedor de quesos, entablamos amenas conversaciones acerca de humedad, corte, grasa, etc., lo que me ha evitado comprar en algún momento, quesos que él considera que su textura o su sabor no será adecuado a mi gusto y con nobleza de caballero medieval, me advierte y me pide que espere un día más la llegada de la nueva cocha. 


El 6 de diciembre del año pasado me contó que su nieta menor estaba hospitalizada a causa de un virus desconocido, sin control y sin poder detectar su origen, “los médicos no dan”, me decía con sus cristales trifocales empañados de desesperanza ,de esa que se acompaña con el consuelo de un "que sea lo que Dios quiera”, aunque en ese momento nadie entiende la razón por la que lo dice o en el fondo, no quisiera acatar tan a la primera la divina voluntad.


El día siguiente en la tarde, día de velitas aquí, no estaba el aviso “Queso Fresco” en el lugar de siempre ,estallé en lágrimas a la distancia, esa tarde de diciembre se opacó en segundos, vi todo ese dolor y ese día sentí en mi ser por primera vez, lo que es estar realmente en los zapatos del otro, con el pañuelo del otro, en el dolor del otro. Empatía que llaman.


El lunes siguiente, llegó de nuevo Don Martín a su venta de queso, la vida siguió y eso lo hemos vivido tantas veces, ningún dolor paraliza el mundo. 


Yo no tenía el valor de verle a los ojos ni él tampoco me miraba. Esa tarde no hablamos de queso, cortó las piezas y sin levantar su vista del cuchillo que calculaba la porción, me dijo : La niña se fué y ya es un angelito en el cielo, y yo… ¿Cómo consuelo a los papás?


A veces parece que la fe no alcanzará para reparar los descosidos dolores del alma de los hijos, cuándo ves sus corazones caer en el fondo del mar.


La tarde de Don Martín fue una tarde gris, una tarde donde la fe y la esperanza hacen de las suyas, toman el andén del frente y parece que se convirtieran en presas escurridizas para las almas desesperadas por el dolor.


No hay nada que el tiempo no suavice, sin embargo, desde aquella tarde Don Martín se quedó con sus cristales eternamente empañados y la sonrisa que tenía para hablar de sus quesos salió de su vida, a veces pienso que por siempre.


Cada vez que lo veo, siento la vida como la útil razón de construir miles de pétalos, para calmar la fuga de amor de los corazones cuando lloran la muerte de sus lazos más bellos. 



Con un abrazo, una palabra, con una oración…





"4.Felices los que lloran, porque recibirán consuelo."


Evangelio según San Mateo, 5 - Bíblia Católica Online



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