De La Casona a Miraflores: El viaje - Memoria imaginaria





Bogotá 13 de enero de 2023

Carlos Uzcátegui 



Dicen que cuando vas a morir ves pasar la película de tu vida en un minuto, esa noche en el recorrido a Miraflores desde La Carlota, morí mil veces viendo mi historia.


Jamás ese recorrido fue tan largo y absurdo para mi. Nadie me preguntó lo que sentí. Todos preguntaron sobre los hechos y mi opinión, nadie se ocupó de lo que viví esa noche, hoy se los quiero contar. 


Saqué de mi escritorio de La Casona dos armas, una de ellas la escondí en mi maletín. Por un momento me pasó por la cabeza la idea del suicidio, en caso de que el asedio que venía así lo impusiera, pero les confieso algo: yo pienso en titulares de prensa y no quería un titular como los de Allende para mi historia.


La situación en el carro  era confusa y tensa. Entraban llamadas y mensajes, yo aún no acababa de entender lo que pasaba. Solo pensaba en mi casa de Rubio y en el tormento que vivió mi papá con el Sr Steinvorth cuando le vino a embargar la finca y se la entregamos para irnos a Cúcuta, mi primer exilio. En ese momento decidí tener poder político.


Este tema del exilio fue una constante y ese día presentí que podía pasar de nuevo. Me acordé de las tardes en la finca de Diego Arria, tertulias sin fin sobre la vida y la muerte política, mi peor temor. Diego me advirtió tantas cosas.


En mi mente se mezclaban los recuerdos con los titulares de mañana. La prensa, la bendita prensa, a ella le debía la gloria y le debía también parte de lo que estaba pasando y de lo que finalmente pasó. Marcel usaba la TV para la política y Gustavo usaba la política para todo, incluso para la TV. 


Me acordaba de los viajes a Nueva York a las conferencias de las Naciones Unidas. Allí podía estar a mis anchas haciendo política, hablando de la Venezuela que soñaba. Mientras Alan García se iba a la ópera yo hacía lo que me gustaba. Dicen que soy un animal político y me siento orgulloso de ello. Es el mote más afortunado de los tantos que he tenido



Presidente, interrumpió mis pensamientos el Almirante Carratú -nos informan que Miraflores está tomado- dijo, en medio de mis recuerdos le respondí:  siga adelante con lo planeado. Ya había decidido que no le tenía miedo a esa muerte, si era mi destino.


Me hice un breve examen de conciencia sobre mi primer gobierno, pensé que esto era consecuencia de aquello. Pero saben, pusimos a Venezuela en la palestra del mundo, construímos una autoestima en el corazón de cada compatriota, que a pesar de los tiempos, ilumina su frente cuando escucha Moliendo Café o Barlovento en cualquier parte del mundo.


Pagué un precio muy alto por mis venganzas, fueron pocas pero costosas. Siempre pensé en la Venezuela grande. Mis más acérrimos enemigos políticos me lo han reconocido en la intimidad. 


Esa madrugada añoraba tantas conversaciones. Recordaba a Héctor Alonso, como necesitaba de una palabra o un gesto de él en medio del cielo confuso de estrellas y luminarias de la autopista, que desfilaban como machas en infinita secuencia por mis ojos cerrados, perdidos en mi memoria arraigada en mi tierra tachirense.


En ese largo viaje de 23 minutos dudé de todos. No confiaba en nadie, no podía hacerlo. Solo quería estar de nuevo en Rubio en medio de la seguridad de los cafetales, bajo el arrullo de la luna andina.


A medida que ocurriá el paso de los postes, al sentir que pasaba por la esplendorosa Plaza Venezuela, no se porque me acordé de tanta infamia. Llegaron a decir que yo era de los hombres más ricos del mundo. La historia se encargará de corregir tanto descrédito moral en mi contra. Amo el poder y poder recrear mi visión de país .Para lo demás existen los amigos. El dinero nunca me trasnochó. 


Esa noche escuchaba la mirada de Chelique emocionado por los nuevos jingles de la campaña del 73, cuando tenía energía de futuro y grandeza de patria en mis venas. Ese hombre si camina.


Logramos dotar a "Juan Bimba" con un pasaporte fuerte y con visas americanas que se sacaban por correo. La gran Venezuela, la cual no me pesa tanto como algunos creen, sembró orgullo e identidad. Patria chica con la frente muy en alto, estudiando en las mejores universidades del orbe. 


El gran viraje, las tardes de toros en Mérida, las noches de San Pedro en Chiguará, Torrijos, Carter y la Reina todo era brillante y confuso. Carratú hablaba y pegaba gritos en el teléfono y yo solo escuchaba los cascos del caballo, bajando por La Mulera en medio de la densa neblina, abrigado con una ruana de Chinácota.


Me dijeron muchas veces que era colombiano, y en el fondo así lo sentía. Lo que sabía del mundo me llegaba por la prensa colombiana que se conseguía en San Antonio. No se veía prensa nacional en Rubio por esos tiempos. Estábamos en la cuenca de la hegemonía liberal de Colombia.


La limusina acelera su paso, mis memorias y sentimientos se mezclaban en una extraña pesadilla despierto, presentía lo que iba a suceder después de la tormenta, en este inmenso desierto de cordura. Estaba seguro de lo que iba a pasar con el desvio irrevocable del curso de la historia después de esa noche.


No he tenido necesidad de ser profeta para interpretar las notas de mi intuición. Desde el almuerzo en Davos antes de llegar a Caracas, me sentí muy inquieto. No me hallaba, llamé a Cecilia, conversé con el edecán de Blanca que estaba en La Casona. Hablé con Ochoa Antich, le noté la voz  destemplada, pero yo siempre lo había tenido como un huevo tibio, tomaba la forma de la taza donde lo sirvieran.   


Confieso que me advirtieron mucho sobre los militares y su ¿descontento? Pero yo y mi perversa manera de ver mi vida política en titulares de prensa, jamás le pude dar crédito a la idea de un golpe de estado. No me imaginaba al ABC o al Times titulando con la interrupción de la democracia en mi país.


La limusina se detiene en el Palacio de Miraflores, allí desperté de mis pensamientos y recuerdos. Aún no sé exactamente cómo ocurrieron tantos milagros a la vez, que me permitieron salir ileso de ese océano picado de violencia, emociones, ambiciones y envidias. Y afortunadamente salimos con bien de nuevo al carro presidencial.


Ante la mirada sorprendida del Ávila, que no se imaginó verme bordear la Cota Mil otra vez, pues pensó que ya se había despedido en mi viaje de ida. Vamos dentro de carro, guardando ese silencio que solo se siente cuando la muerte ha jugado tan de cerca con la vida. Carratú rompe la noche de nuevo y pregunta: Presidente ¿Quiere que lo lleve a un medio de comunicación? yo indigesto por tanta noche le respondí :"Póngase en mis zapatos Almirante". Entendió y calló. Luego hizo unas llamadas y fuimos al canal de Gustavo.


Y mientras tanto en la tromba de mis recuerdos no cesaba la turbulencia de amigos, palabras y lemas: manos a la obra, Carter, Torrijos y el canal, Kissinger, Su Santidad, Su Majestad, Felipe González, Oscar Arias, Fidel ¿Que pensaría Rómulo? el gran viraje tocaba su fin. Democracia con energía...


El país que soñaba fue posible. Estuvimos tan cerca.


Esa noche morían mis recuerdos de la Venezuela que soñé en las veredas de Rubio.



Memoria imaginaria de Carlos Andrés Pérez

* 27-10-1922  + 25-12-2010



1 Corintios 4:20 Reina-Valera 1960


20 Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder.






Hubiera preferido otra muerte…


Discurso de Carlos Andrés Pérez

21 de mayo de 1993

(Lo escuché en la Casita de Madera)


Comentarios

  1. Carlos, aunque distantes, siempre considerado mi estimado amigo y aún mas, sabiendo que procedemos de aquella tierra cercana al cielo, cubierta por las míticas plumas de nuestras inmensas aguilas blancas.

    Orgulloso de tu gran talento para recordarnos la atesorada vivencia que en nuestra mente y corazón se albergan de aquellos dias en que fuimos hijos, estudiantes, amigos, enamorados, emprendedores y padres.

    Mil felicitaciones mi estimado emeritense, vida eterna a tu inspiración.

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    1. Mil gracias Ciro, es uno de los mas generosos y sentidos comentarios a los Cuentos de Mantel, los recibo con inmensa gratitud y los valoro muchisimo. Un gran abrazo

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