La Lavandera del pesebre - Cuento de Navidad





La Lavandera del pesebre

Bogotá , 14 de diciembre de 2022


Cada 2 febrero, día de la Candelaria , a las siete de la noche, luego de rezar ante el pesebre, mamá envolvía con servilletas de papel las preciadas figuras de su pesebre español. La más querida de todas esas figuras era la de la "Lavandera del Pesebre".


La Lavandera del pesebre pasaba diez meses en silencioso anonimato, guardada en una caja de cartón, en compañía de las treinta y dos ovejas de pasta acrílica con labios pintados de rojo y las seis ovejitas de anime y algodón que Felipita le había regalado a mamá hacía cuatro navidades.


Era difícil imaginar lo que sucedía a lo largo del año en esas cajas guardadas, cualquiera pensaría que esas figuras solo descansaban de la luz, envueltas en sus servilletas blancas. La realidad era otra.


La Lavandera reunía cada noche, dentro de la caja de cartón almacenada en el cuarto “nuevo” del garaje de la casa, a las demás figuras del pesebre : Al pastor con la oveja a cuestas, al gaitero del río posado sobre el arco rojo, al viejo pastor cubierto con piel de oveja mirando con inusitado asombro la llegada del divino redentor,  atraído por el ángel -colgado en el portal hecho con piedras de canto rodado y palos de ganchos de ropa, que alguién de la casa con sumo amor fabricaba una y otra vez cada navidad- a los tres reyes magos montados en imponentes camellos guiados por cabestros de hilo rojo, que habían de ser hilvanados en el puño de sus guías cada año al montarse sobre el desierto de aserrín.


La lavandera hablaba sobre los milagros que habían pasado en las últimas navidades. Comentaba con todos los pastores -al son de los villancicos del gaitero- sobre el aroma de las hallacas de ese año, sobre los miembros de la familia que nacieron y sobre los que no estaban, cuya ausencia quebraba el ánimo de algunos la noche del 31.


Los pastores recordaban con alegría las tardes en las que, en unión familiar, se rezaban novenas esperando la llegada del hijo de Dios.


Ellos celebraban la navidad cada día del año, pues los milagros no habían cesado desde hace mucho tiempo, desde el mismo momento que siendo aún trozos de arcilla, estaban predestinados a ser testigos del nacimiento del Niño Jesús en el pesebre.


Los reyes por su parte, narraban con ojos aguados por lágrimas de emoción sus viajes, contaban repetidamente como llegaron a Belén siguiendo la estrella que finalmente detuvo su andar sobre el divino portal.


Al terminar la tertulia, la lavandera empezaba a dirigir el ensayo de los nuevos villancicos para la Navidad que llegaba. Entre canto y canto hablaban sobre las almas y el corazón que veían en cada rostro de los que se acercaban a contemplar el pesebre. Imaginaban cómo sería el próximo pesebre, si tendría un espejo por lago o si tendría cascadas de algodón.


Cuando rayaba el amanecer, la Lavandera agradecía a Dios por los milagros secretos que hacían y todas las figuras del pesebre, tomaban su servilleta y se cubrían de nuevo esperando la noche para iniciar su rutina.


En vísperas de la navidad la Lavandera preparaba con especial cuidado los detalles para las fiestas que llegaban. Ella era la encargada de los milagros de amor y de lavar los malos recuerdos de los miembros de la familia. Lavaba los corazones y permitía que las lágrimas de cada quién limpiaran su propia alma, para venir de nuevo a la casa grande, a recibir al Mesías y compartir oraciones, abrazos, vinos, buñuelos y hallacas ante la deleitada y feliz mirada de las figuras con alma del pesebre de la casa.


La Lavandera sabía cada año cuando su misión estaba cumplida: la casa grande no estaba vacía y eso hacía felices a los pastores y a todas las figuras del pesebre.


Ella estaba más feliz aún, esperando el 2 de febrero, y asi preparar de nuevo los corazones de la familia, para alegrar la vida de las figuras del pesebre de navidad como lo hacía todos los años.



Feliz Navidad , que viva en nosotros por siempre el milagro de la Lavandera del Pesebre en cada día de nuestras vidas.





De repente, apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y decían:

¡Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!

Lucas 2,13-14


Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay 


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