El Mercedes de Teresita




Carlos Uzcátegui

Bogotá 3 de Septiembre de 2022


Recuerdo con fotográfica perfección tres momentos tallados en mi memoria que sucedieron en fines de semana aislados en la casa de Zumba : 1) El triunfo de Brasil sobre Italia en México 70, 2) Los 80 años de papá y 3) El Viernes Santo donde la guaracha se impuso al Popule Meus.

Me ocupo del tercero en esta crónica. Por cosas que pasan , papá siempre se opuso a que yo tuviera bicicleta. Sin embargo, mis hermanos mayores sí tuvieron acceso a ese vehículo ecológico que está imponiendo movilidad con estilo en las grandes ciudades modernas. 

Una tarde cualquiera, en un depósito de la finca Oscar, descubrió los despojos de las bicicletas de Germán , Harry y Javier. Polvorientas, colgadas en el olvido, oxidadas y canibalizadas. Oscar decide reconstruir una de esas bicicletas para mi disfrute. Era negra, marca Philips. Había sido de Javier.

La bicicleta se reparó sobre el tablón donde el personal del trapiche degustaba martes,  jueves y sábados, ese plato que después de tanta vida gastronómica aún no he podido probar nada que lo  supere : Las arvejas de doña Esther acompañadas por cambur verde y sardinas de lata redonda marca Mar. El perfecto maridaje para esta exquisitez sólo podía ser  “guarapo” endulzado con panela del “terroir” . Los sábados se podía adicionar un huevo frito hecho en la paila negra, montada en la estufa de carbón. El borde del huevo era dorado, perfecto y crocante. La textura de la yema era ideal y se estallaba con el pico del cambur verde o se fundía con la cuajada recién hecha. Aroma de leña en el entorno y arepa de maíz pilado para la cena.

La bicicleta finalmente quedó operativa. Se abusó del aceite 3 en 1 en su reconstrucción, un precioso lubricante, contenido en una lata blanca cuyo envase desocupado, servía de lancha de juguete. Este preciado producto era de obligatoria usanza en las casas de la época pues poseía el don de apaciguar el llanto de las bisagras oxidadas en noches de luna llena. 

Para esa Semana Santa la bicicleta estaba funcionando , sin frenos obviamente. Para eso se debía utilizar la planta del zapato Croydon cucuteño, frenando así solo la rueda trasera. El desgaste de zapatos era mucho menos ecológico que el haber alineado los hermosos sistemas de frenos que se usaban, constituidos por un entramado varillaje cromado que formaban líneas rectas  y diagonales y que hacían funcionar el artilugio.

Las semanas santas en Zumba no eran tan divertidas. Una vez, Germán le regaló a papá un disco llamado “El Cristo Roto” . Un disco de 33 RPM , de los de acetato. Tenía en su portada un Cristo sin cara y sin brazos lo que obviamente nos lleva a intuir muy acertadamente, lo poco bailable de su contenido. Ese disco se repetía 16 horas al día desde el jueves santo hasta el domingo de resurrección. El sábado santo no se respetaba el luto auditivo y severo de los días previos, pero el domingo reinaba en el ambiente el sonido doloroso y culpabilizante de El Cristo Roto.

Un año el Cristo Roto no salió de su carátula como era la costumbre. Ese año hubo un paseo con toda la familia. Parranderos todos y con 50 años más de ganas, atendieron la invitación a ese encuentro  de Viernes Santo bailable.

En medio de la fiesta yo aproveché para estrenar a mis anchas la bicicleta negra recién remozada. Pasé todo ese día lleno de adrenalina, máxima velocidad y emociones a granel en ese encuentro precoz con mi libertad. Cada vez que pasaba por la puerta de la casa de Zumba con mi flamante bicicleta, se escuchaba el ritmo de la música bailable,se veía una columna de humo de cigarrillo que salía en forma de rectángulos por las rejas de la casa y el movimiento de tías, tíos y primos rastrillando con talco en el piso, lo mejor de la guaracha de la época. 

Cerca de las 4 de la tarde el ron y la música estaban entrando a su hora pico. Yo bajaba velozmente con la bicicleta y justo al pasar frente a la casa, la horquilla delantera de la bici manifestó su inconformidad por el exceso de 3 en 1 y se partió. Rodé cerro abajo unos 30 metros. Me detiene el tallo de un naranjo espinoso recién podado. Y en la abrupta parada una espina penetra en mi rodilla izquierda y se inunda el pantalón de sangre.

El dolor era intenso, yo tendría unos 10 años. Lloraba el dolor que sentía y también lloré al ver a la bicicleta destrozada metros abajo de donde yo estaba. No sé cuánto duré allí. La música de la fiesta ahogó mis gritos desesperados. Así que al sentir el caer del sol de los venados, a rastras empecé a escalar el barranco, agarrado de las matas , subí.

La puerta de la pérgola de la trinitaria morada estaba abierta. Sólo se abría para los grandes eventos. Caminé ese sendero de cemento que tenía una jardinera a cada lado sembrada de té y que a mí siempre me lució como un cuaderno de caligrafía de doble línea. No sabía lo largo que era hasta que lo pase con la rodilla en esas condiciones.

Cuando me asomé a la puerta, Harry que estaba bailando,  me vió. La fiesta no se detuvo. Harry me tomó en brazos y llamó a Acacio ,mi primo querido y especial . Traumatólogo las 24 horas , Cacique por delante, siempre está dispuesto a servir y a poner lo mejor de sí para hacer honor a su juramento.

Recuerdo que la Avenida que une a Mérida con Zumba estaba en construcción. Acacio dijo que me tenían que llevar al Hospital Los Andes. Y en ese momento Harry con su mente preclara y veloz le dice a Acacio : “Vamos en el Mercedes de Teresita, la carretera está muy mala y el Mercedes tiene suspensión de Mercedes”. Significaba que así sería más llevadero para mí ese recorrido. Con todo , mientras escribo esto puedo describir la forma de cada una de las millones de piedras de canto rodado que agitaron mi sufrir en la subida a Mérida.

Así llegué y allí me hicieron lo conducente para aliviar el dolor y curar el daño bajo la dirección de Acacio. 

Cincuenta años después mi rodilla sigue acompañándome sin chistar. Sube cerros y le he llegado a contar 36.000 pasos un domingo en Bogotá.

Cuento con ella , se dobla para sentarme a comer y también lo hace al momento de arrodillarse para agradecer a Dios por todas estas cosas que le han dado sabor a la vida y que le dan vida a los recuerdos . Todos ellos forman el carácter del alma.


Gracias Acacio 


Carlos Uzcátegui

Bogotá 3 de Septiembre de 2022


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