El Espejo Rojo de mi Abuela

 



Carlos Uzcátegui

Bogotá , 1 de Octubre de 2022


Si alguna vez  estuviste en la casa de mi abuela un 12 de Octubre a las dos de la tarde sabrías con toda seguridad que es el Espejo Rojo…

Recién iniciabámos el año escolar y ya nos preparábamos para la celebración del Día de la Raza. Nunca entendí por qué se llamaba así. Para mi y para el venezolano de la época, hablar de razas era un concepto etéreo, imperceptible, inexistente.

Para nosotros tenía una connotación particular esa fecha. Por el frente de la casa de mi abuela María, por la Av Independencia pasaría como todos los años, con solemne religiosidad, el desfile del 12 de Octubre. Desfilaban en ensayada formación los alumnos de todos los colegios de la ciudad al compás de la música marcial de la banda del Liceo Libertador.

Era un día de reencuentro con la familia, íbamos todos los primos más o menos contemporáneos a disfrutar  ese desfile. Contaba además de la participación de colegios públicos y privados, intercaladas  algunas comparsas culturales, alegóricas a la fecha. 

Venían negros vestidos de indios e indios pintados con corcho quemado que querían representar a su semejante, rodeando a la Virgen de Coromoto, en alegre fiesta. Todos mestizos y fundidos en el amor de la época. No existían los "incluyentes".

Existía un protocolo especial en el desfile para los que estábamos puertas adentro de la mágica casa. Había dos ventanas grandes, brillantes y orgullosas de su papel en la arquitectura del trayecto de avenida que miraban, con postigos vigilantes y serenos, donde el desfile había de pasar. Partía de la Plaza de Milla, a escasas tres cuadras de allí.

Mi abuela tejía apacible , controlando sus nervios, la veo en su mecedora vienesa, con sus lentes con cadenita caídos a media nariz, vestida de medio luto. Al lado, una caja de zapatos Rex, con cientos de “solecitos” tejidos en crochet, cuidadosamente apilados, rigurosamente contadas una por una, las millones de puntadas de su tejer largo y frondoso,  cuyo resultado, algún día formaría parte de la más orgullosa y selecta colección de lencería o mantelería de alguna de sus hijas o nietas mayores.

Volvemos al desfile, mi tía Lilia decidía con su temple y su imponente presencia, quienes se podrían apostar en alguna de las dos preciosas ventanas con postigo, palco de excepción para apreciar el espectáculo.  Muchos primos y pocas ventanas. Había que organizar el palco. 

Al escuchar los tambores y trompetas de la banda , mi tía Lilia anunciaba:  allí viene La Salle, o el colegio o grupo escolar que correspondía, y los interesados veíamos el paso de nuestros compañeros. A veces no teníamos el grado requerido, 4to en la época para poder formar parte del desfile ,y eso hacía esperar con ansías al año siguiente (los años de antes erán más largos, eso es seguro) para pasar desfilando orgulloso por el frente de la ventana colonial de la casa de la abuela María.

Cuando ya pasaba el turno por el selecto palco, se exploraba la casa mágica e inmune a infecciones mundanas. Tenía objetos extraños, como el bar copero redondo, con puerta en semiarco y cerradura, único en su especie . Colgados en la pared unos óleos de una tarde lluviosa y difusa de otoño en Paris, pintados desde la imaginación del artista, al píe del Arco del Triunfo. Un lavamanos en el comedor. Un teléfono de manilla y madera, testigo mudo de conversaciones que no existieron. La habitación inexpugnable de mi Tia Temila, misterio que quedó fuera de mis recuerdos. El Jaguar plateado de 007 de Manuel que jamás pude saber donde lo consiguió mi tío Focho.

Pero lo que más me llamaba la atención era el cuadrito con la imagen del Papa Juan XXIII,  que decía  BENDICIÓN APOSTÓLICA CON INDULGENCIA PLENARIA IN ARTICULO MORTIS (Condiciones aplicaban, como en todo). Me costó mucho entender cómo alguien tan importante, al otro lado del mundo pudo hacer llegar un pasaporte tan exclusivo a mi abuela.

Subir al patio de atrás, no hacer ruidos que fueran a perturbar el sagrado sueño de mis tíos, quizás llegados a altas horas, después de “largas y sacrificadas” exposiciones y discusiones en la política de la época. 

La casa de muñecas de mi prima Maria Eugenia y la pista donde jugaba con los carritos Matchbox que a un Bolívar, vendían en la bomba Shell, con Manuel y Gustavo. Tengo marcados los colores en mis dedos y la sensación en mis manos al lanzarlos por la pendiente aspera de cemento que conducía al patio del fondo. 

Ver el cuadro del caballo que se rellenaba con pinturas al oleo numeradas, colgada al lado de la puerta del baño verde de atrás, obra de arte aún inconclusa, pero con esperanza de completar el pelaje de su hermosa crin en la papelería Mora.

Divina memoria que hace eterno el tiempo intensamente vivido.

Pero lo que era impresionante a más no poder era el brillo rojo del piso: El Espejo Rojo. No podrías jamás imaginar cómo se conseguía el nivel de brillo de ese piso impecable y libre de microbios,  logrado por la disciplina de mi tía Lilia , la sumisión de Ramona y la nobleza de la vieja pulidora Electrolux , que parecía confesar ya cansada, que su destino original era pulir los pisos de los pasillos del Palacio de Versailles y por error de empaque llegó directamente a  casa de mi abuela. 

Les aseguro que la casa de mamá María,  jamás sería tan grande y tan lujosa como el palacio en referencia, pero con toda seguridad, allí se construyó un legado de amor, cuya sangre se ha multiplicado y extendido de tal manera, que es candidata firme a estar presente con miles de descendientes, el día de la consumación de los tiempos.

Salieron y pasaron por esa casa muchas almas bellas, que hoy iluminan el rostro de Dios en el cielo, gracias al brillo del Espejo Rojo que se reflejó en los corazones nobles y generosos de todos los que allí vivieron el aroma de amor, que emanaba de los tejidos de los soles apilados de crochet de mi abuela María, vestida de medio luto en su casa grande.



In memoriam a Mima, a 40 años de su luz, gracias por el amor y por la vida.



Foto de A B: https://www.pexels.com/es-es/foto/vaso-rojo-con-paja-verde-5648261/


Comentarios

  1. Excelente relato del piso rojo de nuestra amada matrona, que se iba a imaginar que su descendencia seria como la promesa de dios para su amado ABRAHAM, de que su decendencia seria como la arena del mar y se consumó esa promesa y seguimos en expansión por miles. te amo querido primo que Dios te bendiga

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