Confesión del Rey (Una carta imaginaria)

 



Carlos Uzcátegui 

Bogotá 20 de Septiembre de 2022



El frío en el Castillo y el comienzo del otoño, hacían más largas las noches en Balmoral. Ana estaba presente mientras la Reina miraba suplicante la fría luna de Escocia a través del empañado cristal, esperando que las cosas desencadenaran como estaba previsto por ella misma. Las había planificado desde hacía más de 60 años.


La vida no me ha sido fácil al lado de la Reina. Cuando hablan de mis miedos al momento de asumir la nueva era de este reino,  puedo confesar lo más desafiante que me ha podido pasar ,  haber sido el hijo mayor, el  primer heredero en la línea de sucesión.

Haber tenido la grandeza de planear los honores de estado para su sepelio, desde 1960 era una muestra de la manera de entender su reinado. Yo era un niño de escasos 12 años y ella hablaba con toda serenidad con su Lord Chambelán : “Cuando todo se haya consumado , después de la Ceremonia y del Paseo Largo , Lord, en presencia de Carlos , que según mandato Divino está llamado a ser mi sucesor, Usted parte su vara de mando y la coloca sobre mi ataúd. Sabe Lord, a veces veo a Carlos en el jardín,en los veranos de Windsor y lo percibo tan tímido, escondido detrás de los árboles.Tiene el temperamento de mi padre pero no su arrojo. Ana es tan distinta. ”.  

Yo también me divertí como todo niño y esa conversación la oí sin querer jugando a las escondidas con Ana , estando bajo la mesa del salón de mi abuelo Jorge VI.

Mamá era perfecta,  exacta y será para siempre el nuevo antes y después del destino de este reino. Me tiembla el pulso para firmar. Toda su compañía me mira como un torpe niño aprendiendo a caminar. Tantos años al lado de ella, me dijo como se hacía todo, pero cuando quiero aprender a sentarme en el trono, recuerdo aquella conversación con el Lord Chamberlain y  me viene a la mente todo lo que he leído sobre lo extraordinario de ella, que me aún me siento indigno de tomar el cetro, que con augusta dignidad llevó. Quiero atrasar esa coronación lo más que pueda. Escuché mucho y aprendí poco. 

En algún momento de mi vida mis amigos me preguntaban con morbosa curiosidad si yo en el fondo deseaba la muerte de ella. Que era justo que ejerciera ya mi legado.  Confieso que no. Veía transcurrir mi vida y el pasar de los años, pero solo imaginarme competir con esa capacidad de ser omnipresente, sabía todo, lo que sucedía en Inglaterra y en su reino, las intrigas en las cámaras, quién sería el próximo primer ministro y hasta lo que pasaba sabanas adentro en la vida de su familia.

Sabía sin preguntarle a nadie los nombres de los gatos de Churchill , los gustos extravagantes de Margaret Thatcher y los errores de novato en el bufete de Tony Blair, no revelados a la prensa. Lo que pasaba en mi matrimonio, las amistades de Diana, lo sabía todo y nadie le contaba nada.  Su instinto superaba lo imaginable. Era muy grande el desafío. Me estresa el solo pensar como podría ser yo la décima parte de lo que ella fué y seguirá siendo.

Era inalcanzable su grandeza. Las pocas veces que la vi delicada de salud en los últimos años, me acercaba a ella y sentía que sabía que en alguna parte de mi, estaba guardado ese deseo de ejercer el hacer para el que he sido formado , para ser Rey de Inglaterra. Me miraba y me decía: “la operación Torre de Londres llegará y ese día mi llamado divino en este Reino tendrá su fin.”

A veces llegué a pensar que me podría morir antes que ella. Su fuerza, su carácter, el respeto que inspiraba era de tal grado que pienso que la muerte, le hizo la venia y le pidió permiso para partir con ella al cielo de los elegidos, ya sin Corona , a compartir con los santos sin rango.

El 92 lo presintió como Annus Horribilis, desde que el Big Ben en medio de la tormenta de nieve poco usual en Londres, anunció la llegada del año, vi que sus mejillas traspasaron la delgada capa de maquillaje y mostraron el rubor de la tristeza de lo que viviría ese año.

La historia de Diana, por la que tanto he sido juzgado y nadie imagina el tormento que fue para mi. En esa época, mi madre me amenazó con toda su fuerza y carácter, que si quería seguir el destino de mi tío Eduardo tenía que tomar decisiones y abdicar. La presión se calmó con el triste suceso que apagó la luz casi inextinguible de Diana.

Cuándo voy en este coche, partiendo desde el Arco Wellington, pienso que ella tuvo la valentía de organizar este evento desde hace 60 años cuando yo era niño y quizás lo único que le faltó fue escribir los nombres de todos los 4.000 invitados a su Funeral de Estado en aquel momento. Seguro no se sabía los nombres, pero sí los cargos y la etiqueta de quienes serían testigos únicos de su entrevista final con la historia. 

Estoy seguro que ella imaginó su recorrido de 40 kilómetros hacia Windsor, regado de flores y aplausos fundidos en el amor de millones de seres.  Ahora lo entiendo todo: ella no preparó esos honores por vanidad Real, ella diseñaba desde hace más de 60 años su encuentro con la gloria, porque se sabía llamada para tenerla y solo quería sellar su tránsito seguro a su puesto en la historia.

Hoy aprendí que la gloría se logra en el actuar de cada día. Ella estaba convencida de lo que iba a significar para la posteridad, y se aseguró de sembrar millones de flores en el corazón de cada uno de las personas que de alguna manera pudo tocar e inspirar desde hace más de 70 años; para hoy ser acompañada en ese tránsito hacia la otra gloria, que también tenía asegurada.


En memoría amorosa y devota

Carlos Rey


(Carta imaginaria , producto de la ficción ) 



Foto de Sid Ali: https://www.pexels.com/es-es/foto/coches-carretera-punto-de-referencia-vaso-2028885/

Comentarios

  1. Leer este relato fue como tener una conversación real o leerle el pensamiento al propio Rey Carlos III. Excelente narrativa, de verdad alucine, porque sentí que era una conversación intima entre Carlos de Inglaterra y yo, donde me abrió su corazón y alma, y me confeso sus miedos y alegrías. Simplemente me fascino... Buen trabajo Don Carlos, se le admira...

    Elymar

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