La letra ¿entra con sangre? Crónica de la infancia



La Palmeta

Recuerdo claramente  que era martes. Papá no se había ido a la finca aún esa semana. Almorzábamos y de repente papá  preguntó: Y ese niño ,viéndome con mirada inquisidora ¿aún no va para la escuela? y zas, se encendieron  las alarmas. Sin mediar conversación alguna, como la más cruda dictadura tropical, en cuestión de segundos se tomó una decisión de vida : Negro, lleve hoy mismo a las dos, al niño a la escuela de la señorita Carmen.

Y  esa misma tarde, sin preparación psicológica, sin ritual de compra de útiles, sin que valiera nada, ni la pataleta realizada durante el recorrido que iba desde mi casa hasta la casa de “Las Ramírez” nombre como se conocía la escuela de alias “la señorita Carmen” . 

Sólo recuerdo mis gritos que a rastras, implorando la intercesión con mirada suplicante de Doña Elvira vecina de la casa, quién fue testigo de mi recorrido,  para detener lo que presentía como mi camino al cadalso.

La puerta pintada con fondo anticorrosivo gris, brillante en esmalte, con 12 cuadrantes rellenos de arcos soldados, hechos  de pletinas en forma de medias lunas sobre una lámina metálica, quedó nítidamente impresa en mi  memoria . En este preciso momento, vuelvo a escuchar el chillido del oxidado cerrojo como cuando se abrió por primera vez, ante mis ojos, desatados en el más absurdo deslave de lágrimas y súplicas a mi hermano, para que descontara esos pasos  y me retornara a la solariega paz de mi vida de diente roto, en la casa imposible donde nací.

Todo fué inútil y vano el esfuerzo. Mi inclusión en el sistema educativo estaba decidida, sin mediar consulta previa sobre mis intenciones y planes de desarrollo personal. A esa trasnochada edad de 6 años,  los sinsabores de la imposición dictatorial del patriarcado  hicieron lo conducente y se inició así un ciclo de recuerdos, a los cuales no les había dado permiso aún para alojarse en mi vida.

Consumado el cruce de la puerta gris, me quedé solo con la señorita Carmen,  quien se presentó como la maestra de religión y de historia . 

Luego la señorita Carmen, inicia lo que hoy se conoce como la “vive un día de experiencia en tu campus académico” . Era una casa  vieja, en el techo de cielo raso se escuchaba el sonido de los terrones de tierra que caían de la base donde reposaban las tejas enmohecidas,  montadas sobre caña brava y barro, que a su vez asustaban a los ratones  que se sentían correr por el techo cuando llegaba el gato de la señorita Carmelita, segunda a bordo del extraño parvulario.

Era un único salón de clase. Las sillas eran personalizadas (cada quien debía llevar la suya) había mecedoras, sillas de madera con espaldar de cuero de vaca, sillas tejidas de mecate, todo un cocktail ergonómico. La mía era una mecedora de marco redondo y un cuadro de varilla de acero. Tejida en plastico y nylon con cintas planas amarillas y blancas,  la compró en la tienda de Paulino, mi hermano Oscar, el negro,el mismo verdugo que me llevó a aquel sórdido templo del conocimiento, acatando órdenes superiores claro está.

De la mano de la señorita Carmen, que a la sazón y para mis cálculos debía tener unos 86 años, aunque según ella misma lo confesó en la primera clase magistral de historia patría, había sido pretendida por el mismísimo Libertador en su campaña de Los Andes. Iniciamos el brevísimo tour por el recinto académico. 

El salón de clase tenía encabezando el fondo, un cuadro de formato grande de unos dos  metros cuadrados,  con la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro, tonos oscuros,  con un paspartú ovalado negro. Un mapa de  Venezuela con la Guayana Esequiba intacta y sin traje de rayas. La imagen del Libertador de pié con leggins blancos sin bragueta, botas altas a lo escudero , apoyado sobre la dichosa espada , a menor escala y a la izquierda de la Virgen . Y a la derecha, apoyado sobre tres clavos en diagonal, un extraño instrumento que ella llamaba palmeta y decía que ella (la palmeta) “sí sabía hacer hombres”. En ese momento no lo entendí.

El tour continúa hacia el fondo de la casa, pasando la cocina con el inconfundible colgadero de platos de peltre,  abre la  puerta que conduce hacía el barranco sobre la vega del río Albarregas y allí, en menos de un minuto me revela la piedra filosofal sobre la que se sustenta su sistema educativo : “ Niño, lo que ve ahí abajo es el valle de los camaleones, allí terminan los niños que no hacen caso, no rezan el rosario todos los días o no hacen las tareas. Los camaleones se comen a los niños y les salen después por los ojos. Hace tiempo que no hemos mandado a ningún niño, pero pregúntele a Germancito, el conoció a uno (mi hermano mayor) “

Después de la siembra de esta terrible  imagen del sombrío valle de los camaleones en la mente de un niño de seis años , se garantiza el funcionamiento de todo un sistema de formación y estructurada disciplina de diseño único e inimitable. 

Constaba el recinto educativo, de una sola aula donde estábamos todos los alumnos de primero a quinto. No había clases magistrales salvo las de religión e historia patria impartidas por la Señorita Carmen.Todo era armónico, silencioso y funcional. Las reglas del juego eran lo suficientemente claras y no conocí a ningún transgresor de tan férrea normativa.

Se aprendía a leer con el libro Coquito , la señorita Carmelita y la palmeta. No existe adminículo más eficaz para educar que la palmeta. Era una especie espumadera de cocina, hecha en madera , de unos dos centímetros de espesor, con cabo de madera de unos 30 cm de largo, pintada de negro mate.En la parte de la “espumadera” había 5 huecos que la señorita Carmen decía que eran como los cinco sentidos. Con su voz ronca y  pausada los nombraba uno a uno posando con la mano contraria su dedo índice en cada una de las perforaciones diciendo : vista , oído, olfato , gusto y tacto: los grandes maestros, concluía. 

Cuando había exámenes de lapso la señorita Carmen, se sentaba encabezando el salón, en medio de la Virgen y del Libertador,  colocaba la palmeta sobre su eterno vestido de medio luto de factura propia, cortado sobre una tela del Almacen Murzi y dotado botones negros muy grandes de la Casa Alicia. En ese momento ella decía que la palmeta actuaba allí como un ayuda memoría. ¡Y funcionaba!

El no saber cómo se leía  ma-má en el tercer intento de interrogatorio de la Señorita Carmelita, le hacía acreedor a uno del primer palmetazo , en la mano. Quedaban ardiendo y rojas las manos.  Llevé unos tres palmetazos y fueron suficientes.  Aunque un tanto represivo, era definitivamente un ingenioso atenuador de la ignorancia.

Tendría muchas cosas más para contar de ese raro ecosistema educativo que sobrevivió hasta bien entrado el siglo XX.  Hoy quiero hacer un homenaje  y agradecer a la Señorita Carmen, a sus hermanas Carmelita y Delia y al inefable Bachiller (profesor de matemáticas) porque no me traumatizaron ni los palmetazos ni el cuento del valle de los camaleones. Sus enseñanzas sembraron valores , creencias y actitudes que me han acompañado en este recorrido desde la palmeta a la 5G y lo único que siento hoy es nostalgia y agradecimiento.

Lamento que por ausencia de un “palmetazo” oportuno, se pueda estar construyendo una generación irresponsable con la historia del mundo por escribir.

Que Dios las tenga enseñando en su cielo, allí a lo mejor hay algunos colados que aún necesitan palmeta.


Carlos Uzcátegui 

Bogotá,  20 de agosto de 2022

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