Lo que no sabias de este pasaje de la multiplicación de los panes y los peces.
La mañana brillaba distinto, jamás podré olvidar ese día. La energía fluía en el ambiente y se respiraba un aire cálido, un cielo despejado y el sol acariciaba la tierra con un amor especial. Llegaba la bendita primavera.
Mi mamá estaba inquieta ese día, me despertó temprano : Benjamín , “debes salir a vender los cinco panes y los dos peces que nos quedan, necesitamos comprar aceite y sal para seguir haciendo el pan que nos ayuda a mantenernos , la pesca de tu padre no ha estado buena, pero con estos peces salados completamos para lo que necesitamos”.
Y así, sin desayuno salí ese día. La indicación de mi madre era precisa : Ve al mercado, vende los panes y los peces, de regreso traes aceite y sal para el pan de mañana y para la cena de hoy
Salí de mi casa y de repente, me encuentro a muchas personas caminando hacia el lago de Galilea. Sin voltear , para evitar la mirada de mi madre, enfilé con mi cesta hacia el lago. Algo me decía que con toda esa gente yendo en la misma dirección, no conseguiría a nadie en la plaza del pueblo.
A medida que se iban uniendo más personas marchando hacia la orilla del lago, el sonido del piso se convertía en una hilarante trepidación. Pasos de hombres , mujeres y niños iban danzando en compases de almas buscando paz y consuelo, no sabían dónde ni con quién, lo cierto y admirable era la postura y la convicción al caminar.
Iluminados de esperanza se veían todos los rostros, no lo podré olvidar jamás. La ilusión y la esperanza tienen tonos de amor en la mirada de las personas.
Y cuando me acercaba, veía ese inmenso caudal de miradas viendo a un ser sentado allá en el cerro. Se percibía una inolvidablemente brillante túnica blanca que cubría el ser del hombre, que a gritos y sin pronunciar palabra, había convocado a las veinte mil almas peregrinas imantadas por una inexplicable atracción hacia esa túnica brillante, que cubría al hijo de Dios. Eso lo aprendí al terminar esa tarde de amor y milagros.
Se veía un pequeño coro de doce más en torno al Hombre de la túnica brillante.
De repente sentí una inexplicable necesidad de acercarme, con la cesta de panes y peces que tenía que vender por encargo de mi madre, hacía el cerro donde se veía al señor de la túnica blanca brillante. En medio de miles de personas con hambre que me pedían lo que portaba para vender, no hice caso alguno a las peticiones.
Me sentí flotar por encima de la multitud. No se como pude , pero en un minuto estaba allí arriba sintiéndome en paz y sin culpas por no haber vendido mis panes y peces aún, viendo de cerca al hombre al que todos llamaban Maestro. Pude apreciar y sentir la angustia que se vivía en ese grupo. Miraban a la multitud y hablaban entre ellos.
En ese momento uno de los del grupo se acercó hacia mí y tomó la cesta de mi madre y se la dió al Maestro. Se me vino el mundo al suelo en un instante. En ese momento la paz que sentía se nubló y se convirtió en una angustia paralizante, me imaginaba el disgusto de mi mamá primero por no haber ido al mercado como me lo había dicho y segundo por haberme dejado quitar la cesta de esperanzas para mi casa que representaban esos cinco panes y esos dos pescados, reservas últimas de nuestra despensa de futuro, para comer mañana.
Ese desencuentro con mi vida cesó a los pocos minutos. El Maestro como lo llamaban, tomó los panes y los peces en sus manos , pronunció una bendición y yo vi , lo puedo jurar, un haz de luz que descendió del cielo se posó sobre este inexplicablemente atrayente ser que irradiaba tanta paz y al momento él empezó a llamar a los de su grupo …Pedro, Juan , Andrés, Felipe y cada uno de ellos salía con una cesta idéntica a la de mi madre, y cada una de ellas cargaba en su interior 36 peces y 72 panes . Así salieron 600 cestas idénticas a la que mi mamá me dió esa mañana. Los amigos del maestro buscaron ayudantes, estaba María la de Magdala allí con ellos y otros más que no recuerdo ahora.
Al terminar la repartición, sobraron 12 cestas . El que me las pidió , ahora se que se llamaba Andrés, me devolvió las dos, pero ahora tengo 72 peces y 144 panes. Aparte de eso, para mi también ocurrió otro milagro, que a mis ocho años apenas entendía : mi mamá no me iba a regañar.
Viendo las cosas al paso de la vida, ya tengo sesenta y dos años, hace mucho tiempo que el Maestro marchó con su Padre, comprendo que este milagro empezó con los cinco panes y los dos peces de mi madre , por el que sembró ese trigo que hizo el pan, por la pesca escasa de mi padre que dejó solo dos peces para salar, por dejarme llevar por el llamado que inexplicablemente sentí, que me hizo desobedecer a mi mamá y que finalmente me hizo subir al cerro allí al lado del Mar de Galilea para ser testigo no escrutado de este milagro.
Comprendí que todos somos parte de los milagros y no sabemos cuándo ni cómo, somos protagonistas de ellos, aún sin saberlo.
Eran solo cinco panes , dos peces y la mano de Dios.
Benjamín
Escrito por
Carlos Uzcátegui
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