Salvando la mujer de Moncho , visitas a Carlos Newman



Carlos Uzcátegui B

A la memoria de mi estimado primo

Los domingos con Carlos Newman


Había un ser cuyo contenido llenaba mis mañanas los domingos en la casa de la 33. Si ese mismo que Ustedes piensan: el inefable Dr. Newman. No hubo en la vida de papá un ser cuya sabiduría pudiera deslumbrar y rebasar la infinita sapiencia de él. Carlos Newman, médico, veterinario, astrónomo, astrólogo, vidente, politicólogo, alquimista, agricultor, ganadero, cuentista, poeta, ingeniero, psicólogo, terapeuta, coach, mentor, fumador y abogado.

Las visitas al Dr. Newman para mí iniciaban en el mismo momento que terminaba la visita presente. Era un recuerdo del futuro domingo, que desde el domingo anterior ya era una realidad. 

Tenían esas visitas una secuencia cíclica infinita. El ritual era algo así: Sábado 6:00 PM papá llegaba de la hacienda, cargado de frutos de la tierra y del trabajo de los colombianos que tenía a su cargo, (para mis cálculos cerca del 30% de esa población estimada en cuatro millones para la época la trajo papá, por lo menos a las mujeres) y sobre todo, los frutos cuando venían acompañados con carne de cochino, comprada en La Palmita y crema de leche extraída con la desnatadora del millón, del millón de discos para lavarla- hacían que papá sintiera que poseía algo así como una patente de corso con “green card” en las próximas 40 horas de convivencia en su casa de la 33 (Breve presencia en su hastío) .


Su partida de nuevo al campo de “La Libertad” debería efectuarse antes de las 9:00 de los lunes, momento en el cual la camioneta pick-up de turno se convertiría en calabaza y perdería esa magia que lo envolvía desde su llegada, apenas el sábado. Papá sabía de lo efímero que sería ese manto, y muy pocas veces se permitió excederse en los límites que ya conocía. Sigamos con el ritual de las visitas, descargados los productos que papá traía, se servía la cena de los sábados. El gran festín de bienvenida. Había una tácita autorización a un sobre consumo en la dosis de arepa y se compartía un momento tensional y hay que decirlo, pues en ese momento podrían salir a la luz pública situaciones íntimas familiares acontecidas a lo largo de la semana.  Al terminar la cena, me pasaba algo mucho más dramático que la declaración de la guerra a muerte: “Papito, mañana me acuerda de ir para donde Carlos Newman” dirigiendo su serena mirada de tranquilidad al saber que esa estrategia de evasión (así lo entendí luego) lo liberaba de un mínimo de 4 a 6 horas de un domingo en mi casa recibiendo informes del FBI (Favor Braulia Informe) .

Entonces con esa amenaza, en realidad no era amenaza, era una profecía, con libreto conocido desde tiempos inmemoriales, me iba a dormir con la seguridad que a las 8:00 AM papá decía: “Gracias por acordarse, Braulia nos vamos para donde el Dr. Newman”. Para cerrar el círculo de esta asonada contra la adolescencia, no había ni necesidad de usar carro para la visita sin fin. Vivía a 136 pasos y medio de la casa. Cuando cumplí 16 se acortaron a 117. Si, 117 pasos y fumarse un Astor Rojo, eso era exactamente lo que duraba.

Llegábamos al apartamento de nuestro pariente muy querido, diagonal a Muchacho Hermanos, el único dealer de Chrysler de la ciudad y papá se cambiaba de acera. No se porque siempre tuve la sensación con los muchachos Muchacho no eran del agrado de papá. 

Debo confesar que mi gusto por las discotecas debió haber tenido su génesis en aquellas visitas. No se como podía trasmitirse la voz entre aquellos dos extraordinarios seres en una densa nube de nicotina y que, con una dicción no muy comprensible, efecto de las cajas dentales, se expresaban ideas de contextos tan distintos y en los que finalmente ambos estaban de acuerdo. En esas visitas desarrolle mi capacidad de escucha. En ciertos momentos debería identificar aspectos cumbres de ambas conversaciones simultáneas y hacer una apretada síntesis en un máximo de 2 o 3 palabras para retomar algún hilo en la conversación, si es que ese hilo existió en algún momento. 

Una conversación típica pasaba por escuchar las historias de realismo “mítico” de Carlos Newman. Carlos Newman creía en Dios y en la Emicina LA (1). De lo primero no tengo evidencia, pero corresponde decirlo. De lo segundo sí.  Para entender esto hay que entender como funcionaba el maletín del Dr. Carlos Newman. Una de las aristas mas importantes de su personalidad era la de ser el abogado, confesor, líder y prohombre universal de los más afamados e ilustres “Bill Gates” del Sur del Lago de Maracaibo. No había litigio, divorcio, disputa, herencia, discusión, estafa, engaño que sucediera entre Agua Viva y La Fría donde nuestro querido pariente no tuviese relación jurídica directa. Miles de expedientes, demandas, contra demandas por todas las causales posibles y en cualquier nivel de instancia jurídica reposaban en aquel maletín mágico. Los ubicaba instintiva e inmediatamente. 

No podía agachar su mirada pues el humo del cigarrillo se lo impedía, pero ante cualquier solicitud documental, la jurisprudencia melancólica de esa zona reposaba en aquel maletín marrón de cuero, raído por el vaivén del camino, sobre la lámina galvanizada del piso de su viejo Nissan Patrol. Pero justo allí, arropados por la memoria histórica y jurídica de la zona de producción más importante del país, estaban reposando cual lámparas maravillosas, los frascos de Emicina LA,  para hacer su aparición en el momento crucial de las historias de dolor que se atravesaran de nuestro quijotesco y querido letrado. 

Esta historia la escuché uno de esos domingos. El compadre Moncho, vivía en La Fría. Era un gran amigo de Carlos. Moncho vivía en su hacienda. Tenía a su mujer en cama con el diagnóstico mas grave que alguien podía tener en la Venezuela de la época. El diagnóstico irrefutable era algo así: Compadre y ¿qué tiene la señora? No sé compadre, ya la llevé “hasta a Caracas” …allí bastaba y sobraba lo demás. Caso cerrado, la señora ya fue a Caracas, no hay nada más por hacer. Le contaba Carlos a papá que la señora de Moncho lucía muy mal. Ya se estaban descartando todas las opciones y Moncho decía que en la mañana de ese fue a buscar a San Onofre (“Start up” funerario de La Fría para la época) , lo que indujo a Carlos a pedir un permiso muy particular a su compadre Moncho. Inundado de profundo dolor y pleno de solidaridad humana le dijo:  “Compadre déjeme solo con la comadre”, Moncho,conocedor de la hoja de vida de su compadre en un aspecto tan delicado como la capacidad de interactuar acertadamente con las mujeres, pero ante tan delicada situación, accedió a tan extraña petición. Lo que sucedió puertas adentro solo lo supimos quienes escuchamos el relato de viva voz de parte de Carlos. Cuenta que una vez adentro, sentado al borde de la cama de la agonizante comadre, abrió su maletín y saco el frasco de Emicina LA , tomó una jeringa desechable que de “milagro” cargaba ese día, y “le zampé 20 CC por la vena”, la comadre se retorció de dolor, pero en un santiamén despertó con una gran lucidez , pidió comida y el milagro de la sanación ocurrió en ella, gracias a Carlos y a su impresionante fe en la Emicina LA.

Historias así eran contadas en simultáneo por ambos personajes y yo iba tomando interés por las mas exageradas. Ambos tenían ese poder, pero Carlos hablaba más enredado que papá,  lo que era una estrategia de él, para así forzar la atención sobre sus historias. Creo que por eso ganaba tantos casos, hablaba muy enredado, pero su postura y seguridad para hablar, eran de tal magnitud que los jueces siempre le dieron la razón. No se atrevían a refutar nada. Indudablemente tenía un gran carisma.

Papá nunca le pagó honorarios, ni el se los cobró. Pasaban cinco horas de narraciones de diversos colores, untadas de magia y dolor, con finales felices, hasta que llegaba la hora de la despedida. Les confieso que en las primeras despedidas yo saltaba de alegría y me acercaba a la puerta. Pero las despedidas solo cerraban la primera parte de la visita, me costó entenderlo. La cosa funcionaba así. Papá se empezaba a despedir, y ya en la puerta, después que Carlos con mirada de profundo dolor empezara a cerrar la puerta muy lentamente, papá se daba un golpe en la frente y decía “ a yo pa´ pendejo, Doctor (en ese momento lo empezaba a llamar así) y allí empezaba el verdadero sentido y la única justificación de la visita, empezaba la consulta jurídica.

Finalmente a la 1:30 PM, la despedida final, 136 pasos, ahora sin Astor , son de subida los pasos ahora, y la mañana fue productiva. El Nacional, el almuerzo, Germán no viene hoy y la vida seguía esperando un nuevo domingo en la vida de todos. El día de la marmota…

Les confieso que la inspiración de esta memoria es lo que leí hoy sobre la Ivermectina y el Corona Virus….ya sabemos quien lo estaría usando desde ya! 

Fuerte abrazo


Carlos

Bogotá 4 de abril de 2020



(1) Emicina LA , medicamento de uso veterinario.

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